Cuento en un artÃculo en El Mundo cómo trabajábamos desde Moncloa con la prensa entre 2004 y 2008 al menos, y particularmente con los profesionales de RTVE. Una historia tan veraz como poco contada. Ojalá no lo dilapiden.
Moncloa y RTVE entre bambalinas
Luis Arroyo
TRIBUNA: LIBERTAD DE INFORMACIÓN
El Mundo, 22 de mayo de 2012
Almorzamos en el comedor de la SecretarÃa de Estado de Comunicación, en Moncloa, en las primeras semanas de mayo de 2004. De un lado, el equipo de informativos de Radio Televisión Española elegido por Carmen Cafarell, la última directora de RTVE nombrada a dedo por un presidente del Gobierno, como lo habÃan sido todos los directores anteriores, desde hacÃa 50 años. De otro lado, el nuevo secretario de Estado de Comunicación y su equipo de directivos. Fue un encuentro agradable, como también lo fueron los que tuvimos durante aquellos primeros dÃas con los directivos de las principales empresas informativas del paÃs. El objetivo de aquellas citas, en forma de desayunos o almuerzos, era fijar las normas que debÃan regir nuestra relación, la relación del Gobierno, con todos ellos. TendrÃan un interlocutor especÃfico entre uno de nosotros. RecibirÃan nuestras informaciones. PodrÃamos llamar, claro: intercambiamos teléfonos y direcciones de e-mail. PasarÃamos nuestros argumentos y defenderÃamos nuestras posiciones. No sabemos qué pensarÃan nuestros interlocutores, pero desde ese dÃa y hasta el dÃa que dejamos Moncloa, tuvimos la sensación de que trabajábamos profesionalmente, cumpliendo cada parte los principios que habÃamos fijado en aquellas reuniones iniciales.
Con RTVE habÃa, por supuesto, algunas peculiaridades. VenÃamos de una dura etapa en la que el director de los servicios informativos, Alfredo Urdaci, se habÃa convertido en un sÃndrome, si vale la expresión: un ejemplo de cómo un servicio público tan delicado como una televisión pública puede convertirse en un mero instrumento propagandÃstico en manos del Gobierno. Las maniobras entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, de infausta memoria, habÃan sido la máxima y última expresión de la decadencia de la información pública de la casa, que poco antes se habÃa concretado en la primera sentencia de la historia por manipulación, que obligó al director de servicios informativos a leer en pantalla la sentencia. Aún el famoso Urdaci se permitió hacer bromas con el nombre de uno de los denunciantes: Comisiones Obreras. Una gracieta indigna, que dice mucho de quien la proferÃa.
Por supuesto, nosotros tratamos de hacer nuestro trabajo desde el otro lado. Tratábamos de arañar más minutos en la parrilla, intentábamos colocar nuestras informaciones legÃtimamente. Llamábamos a nuestros invitados de aquel almuerzo de mayo de 2004 casi cada dÃa. Casi siempre más de una vez. Como decimos en la jerga, calentábamos la oreja de los informadores para explicar nuestros argumentos y tratar de que fueran reflejados. Como hacÃamos con los redactores de Telecinco o de Antena 3, o de La Sexta y Cuatro más tarde. Como hacÃamos con los redactores de los periódicos y las radios. Cada dÃa miles de gabinetes de prensa de todo el mundo tratan de influir con toda legitimidad en el contenido de los medios. Desde los gobiernos, los partidos, las empresas y las organizaciones, con sus más o menos nutridos departamentos de comunicación. La obligación del periodismo de calidad es buscar informaciones, recibirlas, contrastarlas, sopesarlas, equilibrarlas, ofrecerlas en su pluralidad de enfoques.
En muchas ocasiones no nos gustaba lo que se ofrecÃa: quizá querÃamos más tiempo, o una visión distinta. Pero sabÃamos que las normas estaban claras: las habÃa fijado el presidente Zapatero, y las habÃamos trasladado también nosotros alrededor de la mesa del comedor de la SecretarÃa de Estado. No forzarÃamos a nadie, no violentarÃamos la libertad de los informadores para decidir qué se cubrÃa y cómo se contaba. Algunos ministros – tres en particular muy conocidos- se empeñaban en imponer su criterio, tensando la cuerda. «No hemos ganado unas elecciones para esto». «No me han tratado bien». «No han dado mi rueda de prensa». Lo contó el propio Zapatero en público: «Hay compañeros que dicen ‘la televisión pública critica al Gobierno, parece que hay más del Partido Popular’. Yo digo: me comprometà con los españoles porque eso es salud para la democracia y respeto a la inteligencia». Los informadores de RTVE resistieron esos embates porque contaban con el compromiso del presidente, la dignidad de su profesionalidad y nuestra complicidad desde Moncloa. Para ser justos, casi siempre quienes tenÃan razón eran ellos, y el tratamiento que daban los profesionales de RTVE no admitÃa una crÃtica razonable.
Hay quienes creen que, puesto que tienen mayorÃa parlamentaria suficiente, tienen legitimidad para decidir qué se cuenta en los medios públicos. Creen que la voz mayoritaria debe ser la única voz, o la voz hegemónica. Pueden creer incluso que tienen derecho a despreciar la voz minoritaria, a acallarla o a vilipendiarla. Hay algunos ejemplos de televisiones públicas cuyos informativos producen sonrojo a quienes entendemos la información pública de otra manera, a quienes consideramos que el papel de los gobiernos es pelear por lo que creen, también en los medios de comunicación, usando el teléfono, el correo electrónico, las notas y ruedas de prensa, los argumentos y los argumentarios, las redes sociales, con toda la tenacidad que puedan desplegar, pero con el máximo respeto hacia los informadores, un eslabón fundamental en el engranaje de la democracia de verdad.
Vaya este pequeño testimonio en homenaje a todos cuantos, como Fran Llorente y su equipo, resistieron a las presiones autoritarias, también las que procedÃan de los nuestros, y también al presidente Zapatero, que marcó tan claramente las reglas del juego. Y valga este testimonio también como modesta advertencia: como el aire empiece a contaminarse y se haga irrespirable, se echará de menos a quienes, por simple decencia democrática, defendimos su pureza.
Luis Arroyo fue director del Gabinete del secretario de Estado de Comunicación y es autor de El poder polÃtico en escena.