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Moncloa y RTVE entre bambalinas

Cuento en un artículo en El Mundo cómo trabajábamos desde Moncloa con la prensa entre 2004 y 2008 al menos, y particularmente con los profesionales de RTVE. Una historia tan veraz como poco contada. Ojalá no lo dilapiden.

 

Moncloa y RTVE entre bambalinas

Luis Arroyo

TRIBUNA: LIBERTAD DE INFORMACIÓN

El Mundo, 22 de mayo de 2012

Almorzamos en el comedor de la Secretaría de Estado de Comunicación, en Moncloa, en las primeras semanas de mayo de 2004. De un lado, el equipo de informativos de Radio Televisión Española elegido por Carmen Cafarell, la última directora de RTVE nombrada a dedo por un presidente del Gobierno, como lo habían sido todos los directores anteriores, desde hacía 50 años. De otro lado, el nuevo secretario de Estado de Comunicación y su equipo de directivos. Fue un encuentro agradable, como también lo fueron los que tuvimos durante aquellos primeros días con los directivos de las principales empresas informativas del país. El objetivo de aquellas citas, en forma de desayunos o almuerzos, era fijar las normas que debían regir nuestra relación, la relación del Gobierno, con todos ellos. Tendrían un interlocutor específico entre uno de nosotros. Recibirían nuestras informaciones. Podríamos llamar, claro: intercambiamos teléfonos y direcciones de e-mail. Pasaríamos nuestros argumentos y defenderíamos nuestras posiciones. No sabemos qué pensarían nuestros interlocutores, pero desde ese día y hasta el día que dejamos Moncloa, tuvimos la sensación de que trabajábamos profesionalmente, cumpliendo cada parte los principios que habíamos fijado en aquellas reuniones iniciales.

Con RTVE había, por supuesto, algunas peculiaridades. Veníamos de una dura etapa en la que el director de los servicios informativos, Alfredo Urdaci, se había convertido en un síndrome, si vale la expresión: un ejemplo de cómo un servicio público tan delicado como una televisión pública puede convertirse en un mero instrumento propagandístico en manos del Gobierno. Las maniobras entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, de infausta memoria, habían sido la máxima y última expresión de la decadencia de la información pública de la casa, que poco antes se había concretado en la primera sentencia de la historia por manipulación, que obligó al director de servicios informativos a leer en pantalla la sentencia. Aún el famoso Urdaci se permitió hacer bromas con el nombre de uno de los denunciantes: Comisiones Obreras. Una gracieta indigna, que dice mucho de quien la profería.

Por supuesto, nosotros tratamos de hacer nuestro trabajo desde el otro lado. Tratábamos de arañar más minutos en la parrilla, intentábamos colocar nuestras informaciones legítimamente. Llamábamos a nuestros invitados de aquel almuerzo de mayo de 2004 casi cada día. Casi siempre más de una vez. Como decimos en la jerga, calentábamos la oreja de los informadores para explicar nuestros argumentos y tratar de que fueran reflejados. Como hacíamos con los redactores de Telecinco o de Antena 3, o de La Sexta y Cuatro más tarde. Como hacíamos con los redactores de los periódicos y las radios. Cada día miles de gabinetes de prensa de todo el mundo tratan de influir con toda legitimidad en el contenido de los medios. Desde los gobiernos, los partidos, las empresas y las organizaciones, con sus más o menos nutridos departamentos de comunicación. La obligación del periodismo de calidad es buscar informaciones, recibirlas, contrastarlas, sopesarlas, equilibrarlas, ofrecerlas en su pluralidad de enfoques.

En muchas ocasiones no nos gustaba lo que se ofrecía: quizá queríamos más tiempo, o una visión distinta. Pero sabíamos que las normas estaban claras: las había fijado el presidente Zapatero, y las habíamos trasladado también nosotros alrededor de la mesa del comedor de la Secretaría de Estado. No forzaríamos a nadie, no violentaríamos la libertad de los informadores para decidir qué se cubría y cómo se contaba. Algunos ministros – tres en particular muy conocidos- se empeñaban en imponer su criterio, tensando la cuerda. «No hemos ganado unas elecciones para esto». «No me han tratado bien». «No han dado mi rueda de prensa». Lo contó el propio Zapatero en público: «Hay compañeros que dicen ‘la televisión pública critica al Gobierno, parece que hay más del Partido Popular’. Yo digo: me comprometí con los españoles porque eso es salud para la democracia y respeto a la inteligencia». Los informadores de RTVE resistieron esos embates porque contaban con el compromiso del presidente, la dignidad de su profesionalidad y nuestra complicidad desde Moncloa. Para ser justos, casi siempre quienes tenían razón eran ellos, y el tratamiento que daban los profesionales de RTVE no admitía una crítica razonable.

Hay quienes creen que, puesto que tienen mayoría parlamentaria suficiente, tienen legitimidad para decidir qué se cuenta en los medios públicos. Creen que la voz mayoritaria debe ser la única voz, o la voz hegemónica. Pueden creer incluso que tienen derecho a despreciar la voz minoritaria, a acallarla o a vilipendiarla. Hay algunos ejemplos de televisiones públicas cuyos informativos producen sonrojo a quienes entendemos la información pública de otra manera, a quienes consideramos que el papel de los gobiernos es pelear por lo que creen, también en los medios de comunicación, usando el teléfono, el correo electrónico, las notas y ruedas de prensa, los argumentos y los argumentarios, las redes sociales, con toda la tenacidad que puedan desplegar, pero con el máximo respeto hacia los informadores, un eslabón fundamental en el engranaje de la democracia de verdad.

Vaya este pequeño testimonio en homenaje a todos cuantos, como Fran Llorente y su equipo, resistieron a las presiones autoritarias, también las que procedían de los nuestros, y también al presidente Zapatero, que marcó tan claramente las reglas del juego. Y valga este testimonio también como modesta advertencia: como el aire empiece a contaminarse y se haga irrespirable, se echará de menos a quienes, por simple decencia democrática, defendimos su pureza.

Luis Arroyo fue director del Gabinete del secretario de Estado de Comunicación y es autor de El poder político en escena.

50 películas imprescindibles de comunicación (5): 10 de propaganda política

Nuestra quinta entrega, la que preparamos Melvin Peña, Oscar Santamaría y yo mismo, de cine de comunicación. En este caso, las que consideramos diez películas de propaganda (generalmente de guerra) que, por su calidad, por su significación o por ambas cosas, deben estar en la lista. En la primera entrega ofrecimos diez biopics (o similares) de políticos; en la segunda, películas relacionadas con comunicación de crisis políticas o corporativas; en la tercera, diez películas sobre campañas electorales; y en la cuarta, diez sobre medios de comunicación. En unos días, una sexta entrega con las últimas cinco películas, de ciencia ficción con referencias, de una u otra manera, a la comunicación y la política.

1. The great dictator (El gran dictador). 1940. Propaganda de la fina, aunque la película no tuviera apoyo oficial. Charles Chaplin dirigiendo y produciendo y representando al cómico Adenoid Hinkel, dejando en ridículo en su máximo apogeo, ya con la II Guerra Mundial comenzada, al mismísimo Hitler. La película tuvo cinco nominaciones al Oscar pero no ganó ninguno. Chaplin dijo que si hubiera sabido del horror nazi, no la habría rodado. Según parece, Hitler la vio más de una vez. No se conoce qué opinión tenía de ella. (Puntuación IMDb: 8,5).

 

 
2. Bronenosets Ptyomkin (El acorazado Potemkin). 1925. Goebbels, el ministro de propaganda nazi dijo dijo de ella: «Una maravillosa película, sin igual en el cine … Cualquiera que no tuviera convicciones políticas firmes podría convertirse en un bolchevique después de verla.» No sólo es propaganda, es una revolución en la forma de hacer cine, de la mano del soviético Sergei Eisenstein.  (Puntuación IMDb: 8,1).

 

 

3. Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad). 1935. En realidad bastante aburrido verla entera, pero no puede uno perderse, como mínimo, algunos pasajes de la famosísima película dirigida por Leni Riefenstahl y supervisada por el mismo Hitler, sobre el gran encuentro de Nüremberg, que había tenido lugar el año anterior. El fuhrer que baja del cielo, los sonrientes y animosos jóvenes en el campamento al ritmo de marchas militares, el pueblo ataviado con trajes regionales… Todo el despliegue de un pueblo que con orgullo y decisión se encaminaría al suicidio guiado por unos locos. (Puntuación IMDb: 7.6).

 

 

 

4. Nanjing! Nanjing! (Ciudad de vida y muerte). 2009. Los chinos buenos buenísimos y los japoneses los peores seres humanos del mundo en esta producción china que reconstruye la Batalla de Nankín. Como hay un soldado japonés que sale bien parado, la película tuvo controversia incluso en China. A algunos les pareció una concesión demasiado generosa. Tuvo la Concha de Oro en San Sebastián. La producción es impresionante. (Puntuación IMDb: 7,6).

 

 

 

5. Fahrenheit 9/11. 2004. El documental más taquillero de la historia. La famosa visión extremadamente crítica del controvertido Michael Moore. El documental fue un apoyo de tremendo valor para los críticos con la Guerra de Irak: la película se ofreció en salas comerciales de todo el mundo con gran éxito y tuvo numerosos premios, incluyendo la Palma de Oro de Cannes. Por supuesto, la película generó una fuerte polémica. (Puntuación IMDb: 7.5).

 

 

 

6. Prelude to War. 1942. Primera de la serie de siete películas denominada «Why we fight,» dirigidas por Frank Capra a encargo del Departamento de Guerra de Estados Unidos, para ofrecer «información factual sobre las causas y los eventos que llevan a nuestra entrada en la guerra, y los principios por los que estamos luchando.»Â La película se proyectaba a los soldados como parte de su entrenamiento para la II Guerra Mundial. Se llevó un Oscar. (Puntuación IMDb: 7,2).

 

 

 

 

7. The birth of a nation. (El nacimiento de una nación). 1915. Cine mudo antiquísimo que permite a David Griffith ofrecer la historia de dos familias, que representan el Norte y el Sur en la Guerra de Secesión. De paso, una película racista que presenta al Ku Klus Klan como un colectivo virtuoso frente a los negros desordenados y anárquicos. Desde el punto de vista de la realización de cine primitivo, la película es una obra maestra. (Puntuación IMDb: 7).

8. Kurtlar Vadisi – Irak (Iraq: el valle de los lobos). 2006. Un buen ejemplo de una película de acción, basada en un hecho real, que esconde mucho mensaje político. Quizá no debería ser considerada propaganda en sentido estricto, pero este es buen sitio para citarla. Se trata de una cara película iraquí, hiper crítica con la actuación de los estadounidenses en Iraq. Tuvo un notable éxito no solo en Turquía, sino en algún otro país de Europa, sobre todo porque fue vista por muchos jóvenes árabes inmigrantes. (Puntuación IMDb: 5.6). Trailer. En 2011 se le dio continuidad con Kurtlar Vadisi Filistin).

 

 

9. Kurtlar Vadisi Filistin (El valle de los lobos: Palestina). 2011. Se estrenó en Alemania, con la polémica habitual. Continuación de la película anterior, pero esta vez los héroes son los resistentes palestinos. Merece la pena ver cómo se ve el conflicto por los árabes. En este caso por los turcos que la producen y la protagonizan. (Puntuación IMDb: 6,1). Trailer.

 

 

 

10. Raza. 1942. Una excentricidad: la película con guión de Franco, sobre el patriotismo y el valor guerrero de los soldados del lado derecho de la Guerra Civil española. La película es de una calidad lamentable y de una simpleza sólo apta para los espectadores pobres de la España destrozada de la época. Franco trató que la película se ofreciera en otros países, pero solo lo logró en Italia y, muy parcialmente, en Alemania. (Puntuación IMDb: 2,2).

 

 

Miércoles 16 de mayo, 19:30. Nos vemos en la FNAC de Castellana, Madrid

Manuel Campo Vidal y yo hablamos allí. El de su libro y yo del mío. Ojalá podamos conversar también contigo. Luego nos tomamos una cerveza. Salud.

 

 

«No, no puedes predecir el resultado electoral con Twitter»

Así de palmaria y contundente es la conclusión a la que llega el profesor Daniel Gayo@PFCdgayo– (tras haber revisado los estudios sobre la capacidad predictiva de Twitter en el ámbito electoral: «No, no puedes predecir las elecciones con Twitter.» Gayo hace notar que no hay ni un solo estudio que haya predicho un resultado electoral a partir de Twitter. Las conclusiones son tan claras y están tan bien explicadas en su paper, que recomiendo que se lea todo. Pero como está en inglés, y tenemos todos tan poco tiempo, aquí dejo la traducción de sus conclusiones y recomendaciones:

1.  No todo el mundo está utilizando Twitter. Los medios sociales no son una muestra representativa de la población electoral. Algunos estratos estan infra y otros suprarrepresentados en Twitter. El sesgo debería ser reconocido y debería corrergirse en las predicciones.

2. No todos los tuiteros están tuiteando sobre política. Una minoría es responsable de la mayoría de lo que se dice sobre política y, por tanto, sus opiniones son las que liderarán lo que pueda ser predicho sobre la cuestión. Esta autoselección es un problema abierto.

3. Simplemente porque esté en Twitter no significa que sea verdad. Una cantidad importante de información no es fiable y, por tanto, debería ser despreciada. Hay una buena cantidad de trabajo ya hecho sobre esta cuestión, pero no está siendo aplicada cuando se trata de predecir elecciones.

4. La ingenuidad no es buena. Los métodos simplistas de análisis del sentimiento deberían ser obviados de una vez por todas. El lenguaje político está lleno de humor, doble sentido y sarcasmo. Esto hace muy difícil la inferencia de las preferencias políticas del usuario,  y más difícil aún la predicción de la intención de voto.

Por tanto, si estás planeando hacer investigación seria sobre esta cuestión, por favor ten en cuenta todo esto. Trata de seguir las líneas de investigación que he bosquejado; y, sobre todo, no escojas tus datos para demostrar lo que ya tienes preconcebido porque, recuerda, no puedes(de forma consistente) predecir el resultado electoral con Twitter.

 

El único sociólogo que ha sacado a sus dos clientes del Gobierno

Quizá a Pedro Arriola no le haya gustado mucho el resultado de la hagiografía que Palomo le ha hecho en esa improbable entrevista – la primera de tres décadas – que aparece hoy en las páginas de El Mundo, portada y cuatro páginas de interior. La entrevista es todo un síntoma de un fenómeno que aún no se ha extendido por España, pero que el Partido Popular está alimentando en los últimos años: la aparición de supuestos «gurús» que hacen presidentes. Antonio Sola primero, y ahora Arriola.

Dice Palomo que es «el sociólogo español más influyente de todos los tiempos.» Como resulta que luego se explica que en realidad hizo Económicas y «estudió» Políticas, porque muy probablemente en su época aquí aún no se estudiara Sociología, vamos a pedir perdón a José Ortega y Gasset, a Pepín Vidal Beneyto, a Linz, a Castells, a Pérez Díaz y a todos sus egregios antencesores, que no inventaron el «váyase señor González», pero sí dejaron, en contraste con Arriola, su pensamiento sociológico escrito.

Pero más allá de la ignorancia sobre Sociología de Palomo, que es perfectamente excusable, lo que llama la atención es la megalomanía de la entrevista y la adulación a la que Arriola se somete gustoso (según se ve en las fotografías, y se denota por el lugar escogido – la concurrida rotonda del Palace de Madrid – y  la extensión de la entrevista). Uno se anima a escribir estas líneas cuando lee que Arriola «es el único consutor que ha conseguido que sus dos clientes sean presidentes del Gobierno.» Hasta donde yo sé:

1. Quienes hacen que los presidentes sean presidentes son los candidatos y, sobre todo, los ciudadanos que les votan. Y un montón de circunstancias diversas: la competencia, el estado de ánimo de la población, el partido con el que vas, el dinero con el que cuentas… La menos importante de esas circunstancias es el consultor al que contratas, por mucho que nos guste presumir a los que nos dedicamos a esto.

2. En el caso de Arriola, se trata del consultor que estaba ahí cuando Aznar ganó y cuando ganó Rajoy. Pero también cuando perdieron. Ahhh, también… ¡Eso se le ha olvidado a Palomo! De manera que podemos decir, en efecto, que Arriola fue el único sociólogo español (quizá acompañado de Nacho Varela en el lado del PSOE), que ha impedido que dos candidatos – Aznar en 1993 y Rajoy en 2004 y 2008 – fueran presidentes. Más aún si confirmamos, como parece que Arriola no desmiente, que él fue quien sugirió a Aznar que evitara que el atentado del 11M se identificara con el terrorismo yihadista, generando toda esa cadena de estupideces comunicativas de entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. Tan injusto sería decir que el consultor es causa de la derrota como origen del éxito.

3. Dice Arriola que no cobra del dinero público. Y quiere decir que no cobra de las Administraciones Públicas directamente. Y le creemos, claro. Pero deja claro que cobra del PP, que vive del dinero público. Y aunque cobrara de cualquier otro, vive en un mundo, el político, en el que finalmente, quien paga es el ciudadano. Palomo no dice cuánto cobra. Hace tiempo, aquel en el que se cuestionaba el trabajo del gurú porque no producía sus mágicos efectos, leí que eran 600.000 euros al año.

Por cierto, ¿habrá sido Arriola, con esa obsesión por que sus clientes no digan nada y se dejen elevar por la ola favorable, quien aconsejó a su compadre Javier Arenas que no debatiera con Pepe Griñán, algo que sin duda contribuyó a que no lograra la mayoría absoluta necesaria para gobernar Andalucía?

Modestia, colegas consultores, modestia. No nos lo vayamos a creer tanto que nos pase lo de aquel gurú verdaderamente indio de Obama, que luego se descubrió que ni conocía al equipo del candidato/presidente.

Por lo demás, me ha alegrado leer la entrevista a Arriola porque constata algo que sospechábamos muchos, yo también: que Rajoy se siente como un doctor que está operando un cuerpo muy enfermo, y que tienen aún tiempo por delante para que mejore. Dice Arriola: «Rajoy trata de taponar la herida para que el enfermo no se le vaya, pero luego lo pondrá a andar. Tiene mucho tiempo por delante.» A eso lo deja todo Rajoy, con el consejo de Arriola: al paso del tiempo que cambie el ciclo económico, para que nos encontremos con un Estado muy aseadito: sin pulmones ni hígado, pero andando: pobres más pobres y con menos derechos, y ricos más ricos y más negocio que hacer. Hay que reconocer que esa estrategia es inteligente. Dos años duros de «curación» (y desmantelamiento del Estado de Bienestar) y dos años amables de «milagro» económico. A ver si les funciona al gurú y al presidente.

 

OTRAS ocho razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política

 

Me ha sorprendido el «impacto»Â (en Twitter, quiero decir) de «Diez razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política.» La gente ha remitido el post, se ha viralizado y, en algunos muy pocos casos incluso me han escrito algo más de 140 caracteres. Llevo un mes en Twitter de manera activa, y mis dos peores sospechas se están confirmando. Primera, Twitter está muy bien para difundir noticias e información (por ejemplo, sobre un libro o un artículo o una película o un evento…) y es por tanto una excelente herramienta periodística, pero no es realmente una conversación con nadie, ni sirve de mucho en lo que tiene que ver con la influencia real en la opinión pública en sentido amplio, si no es con ayuda de los medios de comunicación de masas.

Segunda, Twitter es muy adictivo. Sí, lo confieso: soy twitterdependiente. Miro cada rato qué pasa, incluso en mitad de la noche; más de dos horas sin mirar, y me falta algo; compito como un gilipollas para tener más seguidores; me he convertido en un cotilla, aunque sea sobre asuntos pretendidamente serios como los que me interesan; y en un narcisista que mira cuántas veces le citan. Afortunadamente, mi adicción no llega al punto de no saber – aún – que el mundo no empieza ni termina en Twitter.

En esto estábamos y me encuentro a un friki de Internet, Rich Mulholland, un sudafricano muy divertido «especialista» en Internet y en cómo hacer presentaciones eficaces, que explica diez efectos secundarios de Twitter que merecen una reflexión. Aquí tienes el vídeo. Y yo recojo sus ocho notas, en versión propia aplicada a la opinión pública.

1. Twitter roba la atención. Confesémoslo. He visto a prestigiosos catedráticos de universidad mirando Twitter en mitad de una lectura de tesis. En mis clases y conferencias frecuentes ya es raro que haya más de una decena de personas que no estén, como mínimo, mirando sus Tweets, si es que no están transmitiendo directamente lo que pasa ahí dentro. No me incomoda nada, pero es evidente que mirar una ristra de mensajes breves sobre asuntos diversos y prestar atención a otra cosa es imposible. Twitter es como organizar una fiesta con amigos en casa y poner la televisión. En la políica eso significa déficit de atención, el mal infantil de moda. No prestas de manera sostenida tu atención, y cuanto menos la argumentación plural sobre un asunto concreto.

2. Twitter provoca infoesclerosis. Hay tanta información, que obstruye tu cerebro. Es sencillamente demasiado: no puedes prestar procesar la información porque enseguida el pajarito te manda a otro lado. Uno cuenta un chiste, otra te dice que entra en Starbucks. Imagínate que entras en Starbucks y llamas a tus cien contactos por teléfono móvil y les dices que estás en Starbucks. Se quedarían pasmados de tu llamada. Pero en Twitter es frecuente. El usuario se siente como si tratara de jugar al tenis con diez pelotas en la pista. Sí, es muy entretenido, pero poco más. En política, además, Twitter pone a la misma altura al tipo que entra en Starbucks con el que pide una donación para Haití. Puro sofactivismo, una vez más.

3. Twitter mata la conversación. No sólo no la fomenta. La mata. Si te sigue demasiada gente, obviamente no puedes hablar con ella, como decía en mi post anterior. No puedes mantener una conversación con nadie con 140 caracteres y cientos de mensajes cruzados. Mi post sobre la (casi) inutilidad de Twitter en política no ha generado una conversación, sino una lista de exclamaciones: «Â¡Â¡Hala… mira lo que ha dicho…!! ¡¡Estoy de acuerdo…!!! ¡¡¡¡No estoy de acuerdo…!!! Conversación, ninguna (excepto con los cuatro que han escrito o los tres que me han llamado por teléfono para regalarme el oído). ¿Hay alguien por ahí que pueda decirme de una, sólo una, conversación con algo de sustancia, sobre algún asunto político relevante?

4. Twitter refuerza tus prejuicios. Porque sólo sigues a quien te interesa, y no prestas la mínima atención a quien discrepa, como no sea precisamente para confirmar tu opinión. Lo mismo sucede con otros medios de comunicación, pero Twitter te permite configuarar una carta mucho más ajustada a tus intereses. Eso está bien en un sentido, pero es nefasto para abrir la perspectiva política de un individuo.  En el informativo de televisión de máxima audiencia ves, generalmente, la visión de uno y de su contrario. En Twitter sólo ves la de los tuyos.

5. Twitter sobrestima la importancia del AHORA. Es espasmódico y crea la sensación de que estás haciendo historia. Pero la historia va más despacio, y no se hace con golpes de impactos de 14o caracteres y conversaciones cruzadas. Para la política, puede generar «trending topics», como Kony2012, que duran nada. Así no puede hacerse política de verdad. Eso es política pop, trivializada, vulgar.

6. Twitter es un ejercicio de onanismo y eleva la sensación de que eres importante. Te crees genial porque te siguen unos cuantos, te dicen lo bueno que fue tu mensajito, te ponen una estrella, te siguen y te crees que les influyes. Tú alimentas también esa sensación en otros devolviendo el favor, etc…. Una orgía colectiva que empieza y termina en la misma habitación.

7. Twitter termina con tu privacidad: dentro de poco se van a tuitear hasta las reuniones del Pentágono. Hace años, cuando la ministra González Sinde se reunió con «los internautas,» me contó lo sorprendente que le pareció que aquella docena de jóvenes activistas de Internet, que se reunían allí para plantar cara a ley contra la piratería, estuvieran más interesados en tuitear la reunión que en sus resultados. Las embajadas y los partidos deberían tomarse muy en serio hasta qué punto permiten que un embajador, un agregado de embajada, una secretaria o el ordenanza, esté autorizado a tuitear las cosas que pasan en el trabajo.

8. Twitter no es una red social, ni de lejos: es una manera de compartir información, pero no permite establecer redes de las de verdad. Para que haya una red social con vínculos afectivos fuertes, que es la que moviliza de verdad a la gente en causas comunes, serias y duraderas, la gente tiene que saludarse, iniciar una conversación auténtica, sin límites de caracteres, tomarse un café o una cerveza y seguir viéndose la cara cierto tiempo.

Llevo un par de horas sin mirar. Veámos cómo estoy de menciones y seguidores… Entretenido, pero por ahí no cambiamos la política.

50 películas de comunicación (4): diez de medios de comunicación

Cuarta entrega de nuestras 50 películas de comunicación. La primera, con biopics de políticos; la segunda, sobre comunicación de crisis; la tercera, sobre campañas electorales; y esta cuarta, sobre medios de comunicación.

Esta cuarta en el blog de Melvin Peña.

10 razones por las que Twitter no sirve para (casi) nada en política

 

 

Roberto Rodríguez  y Daniel Ureña han escrito «Diez razones para el uso de Twitter como herramienta en la comunicación política y electoral.» Es de agradecer el esfuerzo de síntesis y la recopilación de referencias del artículo, que aporta ideas interesantes. Sin embargo, el texto, a mi modo de ver, se desliza rápidamente por la rampa de la ciberutopía, tan frecuente últimamente. Aporto aquí de manera sintética mis diez razones de contraste por la que creo que Twitter es un entretenido divertimento, pero no sirve en realidad para mucho en la comunicación de candidatos y gobiernos con el público.

1. Sí, claro, Twitter te permite dirigirte a audiencias muy amplias, como el email, o el teléfono o el correo de papel. Pero nadie cree hoy que el teléfono, o el email o el correo cambiaran sustancialmente la política. A los ciberutópicos quizá les convenga saber que cuando nacieron aquellas formas de comunicación, como cuando nació la televisión o la radio, no faltaron quienes anunciaron literalmente la paz mundial y la expansión de la democracia. No llegaron ni la una ni la otra. Es más que dudoso que, esta vez sí, una tecnología como esta vaya a revolucionar la política.

2. La diferencia es que Twitter es una empresa privada, en régimen de monopolio, de momento, y que puede censurar a su antojo. Nadie puede censurar tus comunicaciones por email, ni por teléfono, ni por carta. Pero Twitter es una empresa que hace literalmente lo que le da la gana: puede suprimir cuentas, es decir, censurar. Puede eliminar trazas históricas de archivos, como hizo al inicio de la Primavera Árabe… Sólo eso bastaría para que los ciberutópicos fueran un poco más críticos con la comunicación en Twitter.

3. Si te siguen muchos no puedes dialogar con ellos. Evidentemente, Obama no «conversa» con sus seguidores, que son 14 millones aproximadamente. Esos 14 millones de individuos podrán decir lo que quieran, como pueden llamar a la Casa Blanca, ponerle un email o llamar al programa de radio favorito. Pero su voz no vale mucho más que con las tecnologías anteriores. El problema de Twitter es que quienes lo usamos y podemos más o menos interactuar con nuestros seguidores porque no son demasiados, creemos que teniendo un par de millones de ellos podemos hacer lo mismo. Sencillamente no es así. Twitter sigue reproduciendo el único esquema posible de la política: una minoría habla, la inmensa mayoría escucha y, en todo caso, decide. Ha sido así siempre, también cuando Bernays (¡por dios, Bernays, el sobrino de Freud, el servil proveedor de los más poderosos del mundo!), en los años 20, anunció la llegada de la «comunicación bidireccional.»Â Daniel y Roberto dicen que «antes solo los periodistas podían tener el privilegio de hablar con los políticos y preguntarles; ahora esa posiblidad está al alcance de todos.»Â Pero no es verdad. Antes tú también podías enviar una carta de papel o de bits a un político. El problema es que no te contestaban. Y ahora, generalmente, tampoco se hace, aunque el mensaje vaya a través de Twitter. De hecho, Twitter trivializa el mensaje por sus limitaciones y sus características y lo hace más irrelevante. He trabajado en Moncloa cinco años y otros dos en otros lugares del Gobierno. Sé qué diferencia hay entre una carta recibida a través de registro, y un tuit.

4. Twitter es una manera extraordinaria de compartir información, pero no para movilizar. Twitter es espasmódico, caótico, ciclotímico. Sí, permite que un documento, un vídeo o un artículo circule a toda velocidad. Pero fomenta lo que yo he llamado sofactivismo (slacktivism diría un anglosajón): un activismo de muy bajo coste e intensidad. Te deja tranquilo pensando que ya ha hecho la buena acción del día por retuitear un mensaje de protesta. Echa un vistazo a Actuable, por ejemplo, y observa: un menú infinito de campañas para que elijas desde tu sofá dónde vas a aportar tu irrelevante granito para la «transformación del mundo.» No quito mérito a los sofactivistas (al menos hacen algo de activismo, aunque sea activismo pop), y menos aún quito mérito a quienes han ideado esas formas de participación, que algún efecto coyuntural pueden tener en alguna causa, y que son con toda seguridad activistas también en el mundo «real», pero pensar que ahí está la base del activismo del futuro, me parece que va un trecho demasiado grande. Vale más el valiente anónimo que se plantó frente al tanque de Tiananmen, que tres millones de tuits enviados al gobierno chino pidiéndole apertura política. Quienes mejor lo saben son las autoridades chinas.

5. El gran activo de Twitter es, precisamente, que te permite algunas – pocas, muy pocas – veces, acceder a los medios de masas. Por supuesto, sería estar ciego no comprender que hoy Twitter es una extraordinaria manera de estar informado (y también desinformado) al minuto. Prácticamente todos los periodistas están ya en Twitter. Pero el punto está en que los más relevantes, son periodistas de radio, televisión o prensa. Basta mirar la lista de los más seguidos. Nacho Escolar o Fernando Garea o Ana Pastor tienen decenas de miles de seguidores porque salen en la tele. No al contrario. En el ámbito político grande, puedes ser un dios en Twitter, pero hasta que la tele o la radio o la prensa no se hagan eco de ello, no serás nadie.

6. Quienes te siguen están ya convencidos. Sí, claro, eso no está nada mal. Puedes pedirles que te viralicen algo, o convocarles a una reunión, etc. Pero no vas a convencer a nadie. Yo no sigo en Twitter a alguien especialista en cirugía ocular, por poner un ejemplo, para ver si me convence de lo interesante que es. Sigo a quien me interesa y quien me gusta. En la política, uno sigue a su candidato o político preferido, o bien a quien no le gusta nada para ver qué hace.

7. Tener cuenta en Twitter no significa que estés todo el día mirando. Como sabemos los que lo usamos a diario, tener cuenta en Twitter no significa que estés todo el día ahí. El otro día sorteé tres ejemplares de mi nuevo libro en Twitter. Uno de los «agraciados» ni se enteró, y aquí tengo su ejemplar esperando. Otro, cuando le mencioné anunciando el resultado, dijo que no sabía que era lo que le había tocado. Sólo una profesora siguió todo el proceso correctamente: vio mi mensaje inicial, supongo, o en cualquier caso los dos o tres que envié recordándolo, y luego vio el resultado. No es muy científico como experimento, pero sí indicativo. De manera que cuando estás todo el día enviando tuits, es muy probable, sencillamente, que la gente pase de ti. Y si mandas pocos mensajes, pasarás desapercibido. Algunos me preguntan cómo siendo tan crítico con Twitter soy relativamente activo en la red. No tiene nada que ver: Twitter me permite ver lo que se hace en comunicación política y aportar mis opiniones, pero eso no quiere decir que ahí esté la clave de la participación política.

8. Twitter es una excelente fuente de gazapos, meteduras de pata y contrataque. Eres superactivo en Twitter, como Esperanza Aguirre, y los críticos rápidamente te inventan Espeonza Aguirre, con mucho más ingenio que tú misma. Pones un comentario a tus seguidores con la mejor voluntad, y te insultan y te vilipendian a la vista de todo el mundo, en tu propia casa. Muy democrático, sí, si no fuera porque la inmensa mayoría de esos activistas pro y contra actúan, como siempre ha sido, conforme a sus filiaciones políticas previas, sus prejuicios y sus predisposiciones. Todo menos una conversación racional, que es imposible, por otro lado, en mensajes de 140 caracteres.

9. La inmensa mayoría, sencillamente, no está ahí. En las últimas elecciones generales españolas, sólo el 3 por ciento de la población envió algún mensaje político en alguna red social o por email, según el estudio postelectoral del CIS. Una cifra ridícula. Y sólo el 7 por ciento recibió alguno. También ridícula. Serán más en el futuro, sin duda, pero el cien por cien de la gente recibe ya mensajes por televisión y por radio. Una marca difícil de batir. El otro día pregunté en la Complutense a cuatro colegas periodistas y responsables de comunicación de gabinetes de prensa de políticos si preferían un cuarto de hora en prime time en televisión o veinte mil seguidores de Twitter, y no lo dudaron.

10. Es entretenido, hay que monitorearlo, genera ciertos vínculos y es gratis. Hay que usarlo. Pero está lejos de ser la panacea de la comunicación política, que por mucho tiempo seguirá siendo la televisión. Todo el mundo sabe hoy que Hollande y Sarkozy tuvieron un encuentro memorable, de mucha altura, y que probablemente saliera mejor parado el primero que el segundo. Todo el mundo lo sabe. Y lo saben por la televisión y la radio, no fundamentalmente por Twitter.

Referencias sobre estas cuestiones pueden encontrarse en El poder político en escena. Historia, estrategias y liturgias de la comunicación política (RBA, 2012).

Las 50 películas imprescindibles de comunicación (3): 10 de campañas electorales

Tercera entrega, después de la primera (10 biopics políticos), y la segunda propuesta en el blog de Melvin (cinco películas de crisis). Aquí diez buenas películas sobre campañas electorales. Los arquetipos suelen coincidir: políticos hipócritas, maquiavélicos consultores y atormentados e impolutos periodistas. Los que estamos en esto sabemos que las cosas no son tan claras, ni las tramas reales tan cinematográficas, pero está muy bien ver cómo refleja nuestra cultura el papel de cada cual.

 

Citizen Kane (Ciudadano Kane). 1941. No es puramente una película sobre elecciones, pero en esta obra maestra el ambicioso magnate de la prensa interpretado por Orson Welles, que también dirige, ve cómo naufraga su carrera política al descubrirse una affair extramatrimonial. En alguna lista tenía que estar este Ciudadano Kane eterno, inspirado en William Randolph Hearst. (Putuación IMDb: 8,6). Curioso trailer.

 

 

Mr. Smith Goes to Washington. (Caballero sin espada). 1939. Un clásico que en realidad no es una película sobre elecciones, pero que no puede no estar en una lista de cine político. Frank Capra y James Stewart con la historia más o menos de siempre: hombre honesto que se ve presionado por el ambiente corrupto o indecente de la política. (Puntuación IMDb: 8,4/10). Trailer.

 

 

All the President’s Men (Todos los hombres del presidente). 1976. El desarrollo del famoso escándalo Watergate, con toda la presión periodística del Washington Post sobre Nixon y sus asesores antes de la campaña de 1972. Otra obra maestra, en este caso de Alan Pakula, y otra muestra más de que lo que más gusta a Hollywood, sin duda, en el tratamiento de la política, es la hipocresía, el escándalo, la corrupción y el conflicto entre políticos y prensa. (Puntuación IMDb: 8/10). Trailer.

 

 

Milk (Mi nombre es Harvey Milk). 2008. La historia real – y muy fiel – de Harvey Milk, el primer hombre abiertamente homosexual que logra la elección a un cargo público en Estados Unidos. Su campaña, su activismo, su fuerza, desde que cumple 40 años hasta que es asesinado. Sean Penn está soberbio en la película. (Puntuación IMDb:7,7/10). Trailer.

 

 

 

State of the Union (El estado de la unión). 1948. Otra de Capra, con Spencer Tracy y Katharine Hepburn. Empresario metido a político y candidato a la presidencia, historia de amor y desencuentros, y cómo la unión de los esposos se resiente por la corrupción de la política. (Puntuación IMDb: 7,4/10). Trailer.

 

 

 

The Ides of March (Los idus de marzo). 2011. Como casi siempre, la pérdida de naturalidad y de idealismo de la política por las exigencias del sistema. Pero, además, las dinámicas del poder en los equipos de campaña, las traiciones, etc. Una película impecable y muy entretenida, aunque más verosímil que veraz. (Puntuación IMDb: 7,3/10).  Trailer.

 

 

 

The Candidate (El candidato). 1972. Una sátira en la que un candidato al Senado de Estados Unidos (Robert Redford) y que es muy improbable que pueda ganar, va perdiendo progresivamente su idealismo en manos de un consultor político. La película es imprescindible de verdad, ganó un Oscar al mejor guión y es una referencia clásica del género. (Puntuación IMDb: 7,1). Trailer.

 

 

Bob Roberts (Ciudadano Bob Roberts). 1992. Un millonario cantante folk ultraconservador convertido en candidato al Senado. Tim Robbins, que también dirige, en una comedia divertida de enredo, con apariencia de pseudo-documental. Gore Vidal hace el papel de dandidato demócrata. Algunos han visto en el candidato Bob Roberts similitudes con George Bush padre o con Rick Santorum. (Puntuación IMDb: 7/10). Trailer.

 

 

Bulworth. 1998.  Warren Beatty dirige la película, e interpreta a un candidato que decide ser honesto para desesperación de sus asesores. Una vez más, el lugar común. Y una vez más, un resultado muy atractivo, en este caso mezclado con hip-hop y con Halle Berry. (Puntuación IMDb: 6,8/10). Trailer.

 

 

 

Primary Colors. 1998. Otra dosis de sátira y otra vuelta a la hipocresía en la política, con escándalo sexual incluido. John Travolta y Enma Thomson en el papel (nunca reconocido abiertamente pero evidente en todo, incluyendo el tono de voz de los protagonistas) de Bill Clinton y Hillary, justo antes de que, curiosamente, saliera a la luz el escándalo Lewinsky. El libro de título homónimo que dio origen a la película fue escrito por Joe Klein, un reputado periodista político de Estados Unidos. (Puntuación IMDb: 6,7/10). Trailer.

 

BONUS TRACKS:

The American President (El presidente y Miss Wade). 1995. No es precisamente una obra maestra, pero la película refleja los efectos de los afectos. Un presidente, Michael Douglas, que se enamora de una activista ecologista antes de la campaña para su reelección, asunto que es aprovechado de inmediato por sus adversarios. Guión de Aaron Sorkin, autor también de los guiones de El Ala Oeste de la Casa Blanca. (Puntuación IMDb: 6,7). Trailer.

 

 

  • Películas españolas: La única película con algo de calidad sobre tema electoral es El disputado voto del señor Cayo, 1986, sobre novela de Miguel Delibes. Los socialistas que en la transición española pelean por el voto del alcalde de un pequeño pueblo de la provincia de Madrid. Buen elenco (Paco Rabal, Miramón, Galiardo, Lidia Bosch…) y buen mensaje democrático. Hay sin embargo un puñado de películas de menor nivel (algunas de muy menor nivel), como Vota a Gundisalvo, El alcalde y la política, ¡Que vienen los socialistas! o Atilano, presidente. Como señala el profesor Carlos Flores Juberías, de la Universidad de Valencia, «casi sin excepción, y aun a pesar de la simpleza –rayana la estulticia– de sus tramas, la visión que se da de la política en estos filmes resulta altamente crítica, abundando la caracterización –de matriz netamente populista– que retrata a los políticos como aprovechados sin escrúpulos, y a los candidatos como mentirosos impenitentes.»
  • Los «seis ensayos sobre cine y política» de Flores Juberías resultan imprescindibles.

Las 50 películas imprescindibles de comunicación (2): Crisis de imagen

Segunda entrega de nuestras 50 películas de comunicación: las elegidas por Melvin Peña, Oscar Santamaría y yo, sobre comunicación de crisis.

Aquí.