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Brufau y la diplomacia privada: foto y video recordatorio

Fue en septiembre de 2009. Hugo Chávez estuvo como una hora en la Casa del Libro, en la Gran Vía, en pleno centro de Madrid. Brufau, el presidente de Repsol YPF ahora humillado por Cristina Fernández de Kirchner, no tuvo ningún problema, aparentemente, en reirle las bromas al presidente venozolano, desplazarse donde él estaba y montar en su coche, conducido por el propio presidente… Interesante cobertura del evento por El Mundo, incluyendo vídeo y fotos.

Y aquí un informe interesante de la imagen de las empresas españolas en algunos países de América Latina, a través de la Responsabilidad Social Corporativa, hecho en una Universidad de Perú.

Cien días en el quirófano

Este es el artículo que hoy publica El País. Una metáfora para explicar el país como un paciente en estado grave, la ciudadanía como sus familiares, y Rajoy y su Gobierno como cirujanos. El periódico publicó una versión previa a las Elecciones Autonómicas. Aunque la recompuse, quedó la versión anterior, por lo que dejo aquí la posterior, que tan sólo incorpora algunos matices adicionales:

Cien días en el quirófano

El enfermo está grave y la familia escucha al nuevo cirujano, al que ha visto llegar desde el fondo del pasillo, con su bata aún impoluta: “No sé qué podré hacer, está muy grave, habrá que tocar órganos vitales, quizá sobreviva pero no volverá igual, tenían que habérmelo traído antes, no esperen demasiado…” La familia está en sus manos. “Ni nos lo cuente: haga lo que tenga que hacer y corte donde haya que cortar.” Algún familiar no está seguro de que ese nuevo doctor vaya a hacer un buen trabajo, pero ni lo dice. Cuando la angustia es tan profunda el riesgo es quedar como un agorero que entorpece el trabajo del esforzado médico. Incluso cuando alguien objeta – los sindicatos, por ejemplo – el doctor Rajoy y su equipo saben que los críticos serán tomados por insolidarios y egoístas frente a la inmensa tarea que parece que tienen por delante. Una misión que solo se auto encomendaron en la campaña electoral, cuando ya se veían en el Gobierno, porque hasta entonces habían anunciado que la confianza y el renacimiento económico vendrían simplemente con un Gobierno “como Dios manda.” Ahora resulta que no: Rajoy lleva cien días operando, y lo que queda,  y la familia calla angustiada por la gravedad del paciente.

Gobernar consiste en buena parte en gestionar estados de ánimo y corrientes muy variables de opinión. Es fácil imaginar lo que pasaría hoy en las calles si este tratamiento bestial que el Gobierno español está aplicando a la maltrecha economía del país, hubiera sido recetado por el Gobierno anterior. Sin embargo, las expectativas, las sensaciones y los personajes – también la realidad, claro, cómo no – definen  un clima de opinión completamente nuevo. Por mucho que Paul Krugman y otros egregios economistas clamen que con estos recortes el enfermo empeora, cunde la sensación de que el Estado gasta demasiado, que los políticos son una pandilla de aprovechados, manirrotos o mangantes y que sólo poniendo orden y rigor en las cuentas “saldremos de esta” (como si fuera posible no salir, antes o después). Y que lo que se hace es puro “sentido común,” como si no hubiera alternativas, como si sólo hubiera un tratamiento posible. El Gobierno además reduce con inteligencia las expectativas. La reforma laboral no sólo no creará empleo, profecía realmente sorprendente, sino que durante este año aún se destruirán unos 600.000 puestos de trabajo. Con una frescura típica de los gobiernos que empiezan y aún no acusan desgaste, un día vemos a un nacionalista Rajoy reclamando su soberanía frente a Bruselas y al día siguiente le vemos ceder ante las exigencias de sus burócratas. E incluso le queda tiempo para hacer algunos gestos inútiles desde el punto de vista instrumental, pero muy ricos en simbolismo: ruega a los bancos que apliquen (voluntariamente) la dación en pago; limita (¡a 600.000 euros!) los salarios de los directivos de las entidades que reciben ayudas públicas; elimina una cuantas entidades estatales con un ahorro ridículo pero también inocuo; o impide que el esposo de una presidenta autonómica sea consejero en una entidad pública.

Pase lo que pase, basta con que la situación dentro de un par de años sea algo mejor que hoy para que el ufano presidente Rajoy y su equipo puedan decir que su tratamiento ya produce efectos. Digamos que allá por 2014 es probable que empiece a hablarse del milagro Rajoy, como sin rubor se habló por el año 2000 del milagro Aznar. El ex presidente aún va por ahí dando cada vez más baratas conferencias sobre el éxito económico español de aquellos años. Es probable que incluso crea realmente que él fue el mago de la economía y Zapatero el desastroso gestor que dilapidó su herencia. Pero cualquier estudiante de segundo de Economía sabe que la capacidad de un Gobierno europeo para incidir en la economía de su país es muy limitada. La economía española sigue ciclos muy marcados por los del conjunto de Europa y el mundo. A ese respecto, como ha explicado muy bien Joseph Nye en su recomendable Las cualidades del líder, “los líderes y los em­prendedores políticos son como surfis­tas en espera de grandes olas.” Ellos no las crean; más bien las navegan. El punzante Paul Begala, asesor de Bill Clinton, ha señalado recientemente que si Obama tuviera un 4% de paro tendría su imagen tallada en el Monte Rushmore y Nancy Pelosi parecería Lady Gaga. Así de contextual es el liderazgo.

Alguien podría pensar que la ola que le ha venido a Rajoy es una ola pésima. Lo es en términos económicos. Pero no en términos políticos: puede aprovechar su impulso y el momento en que se levanta, con su punto álgido justo cuando él llega a surfear, para hacer las contrarreformas que desee. Durante algunos meses más, aún se le dejará hacer. Y es probable que cuando la capacidad del público ya no le admita cualquier cosa, la situación de la economía ya sea como mínimo mejor que ahora. Por eso, yo matizaría lo dicho por mi amiga María José Canel en esta misma página (“Harry Potter en La Moncloa,” El País, 20 de marzo): yo creo que esto no va tanto de pericia en el manejo de varitas mágicas, o en distinciones entre la “realidad” y los “artificios.” En la política nada es del todo real ni nada puramente artificioso. La comunicación consiste básicamente en captar cuál es el estado de ánimo de una población y ajustarte a los márgenes dentro de los cuales puedes contar tu historia de la manera que te permita hacer lo que quieres desde el Gobierno, dentro de tus posibilidades. A Zapatero le tocó a partir de 2010 contar una historia inverosímil para su personaje, y lo hizo además de manera contradictoria y llena de ruidos; con sólo una parte del poder territorial y una minoría muy precaria en el Congreso. A Rajoy le ha tocado el momento oportuno para contar la narrativa más coherente con su ideario: adelgazamiento del Estado de Bienestar, limitación del poder público, rigor y disciplina de todos (especialmente de los trabajadores), menosprecio de los sindicatos y alabanza de los empresarios… Además ha aprendido del letal optimismo de su antecesor, y cuenta con un poder inédito en la democracia española: mayoría absoluta en las Cortes, casi todo el poder territorial e institucional, y la claque de sus colegas  conservadores en Bruselas.

La oposición del PSOE, por su parte, se encuentra aún aturdida: poco que decir, poca credibilidad, un liderazgo ya conocido, escaso poder territorial o institucional, ningún amigo poderoso en Europa, deudas económicas,  la sensación falsa pero verosímil, de que fueron sus colegas los que causaron la enfermedad terrible que ahora sufrimos y una oportunidad perdida para cambiar de registro, como señaló Jordi Gracia aquí hace unos días (“Compungimiento,” El País, 18 de marzo). Algunos creemos que gracias a aquel torpe y cansado doctor que aplicó los primeros auxilios en 2010, el enfermo aún está vivo, sin que tuviera que intervenir nadie de fuera, pero los que lo pensamos no lo defendemos con fuerza.

Si nadie corrige esta visión de las cosas, en un par de años nos van a entregar una economía débil, trabajadores con menos derechos, un Estado maltrecho, menos derechos y libertades, porque se aplicarán también en cuestiones morales como la educación, la interrupción voluntaria del embarazo y otras; pero con todo tendremos que dar las gracias al doctor que obró el milagro. Sin piernas, sin brazos, con un corazón artificial y con respiración asistida, pero, proclamaremos, gracias al milagro conservador, nuestro enfermo aún vive. Si no cambian el relato les va a costar mucho a los progresistas quitarse ese pesado arquetipo que de manera tan insidiosa les identifica con el desastre económico, mientras a sus adversarios conservadores se les ve como rigurosos cirujanos de pulso firme.

Hay otra posibilidad. Que la oposición vuelva a captar la atención y salga de la invisibilidad, primero, y que recupere después la credibilidad a través de una política clara, rotunda, sin matices confusos. Que haga una profunda revisión de su propio pasado reciente, que identifique causas concretas y sostenidas que defender, que trace una oposición responsable pero nítida, la única útil en este momento, sin componendas ni tejemanejes. Griñán – bienvenido sea este nuevo jefe adjunto de la oposición – puede liderar ese desafío.

Si vamos descubriendo, cien días después, que quienes están en el quirófano no son cirujanos, sino que parecen más bien carniceros, lo recomendable sería quitarles las manos del enfermo lo antes posible.

Luis Arroyo es consultor de comunicación y autor de El poder político en escena (RBA, en las librerías el 19 de abril).

 

 

Por qué el rey no va a abdicar y por qué sería un error hacerlo

Es evidente que se trata de un fiasco monumental: que se sepa que andas cazando elefantes en África con el nieto en el hospital porque se ha disparado en un pie, el yerno imputado por fraude fiscal y con tu país en una brutal crisis económica… y tú solo con unos amigotes pasándolo bien matando animales…. en fin, no hace falta ser el más sagaz de los analistas para ver que es un desastre para la reputación del rey. Pero igual que ha hecho muy bien el líder de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, pidiéndole que abdique, porque así sigue haciendo guiños a la izquierda, que es donde está el mercado del PSOE en estos momentos, y porque él puede hacerlo porque no es un líder nacional, el Rey sin embargo haría muy mal abdicando, y es seguro que no lo hará. ¿Por qué?

Primero, porque no es la primera vez que el rey sufre tensiones como esta o mayores. Recuérdense viajes previos, la polémica por el regalo que recibió de poderosos amigos, en forma de barco de nombre Bribón, los rumores de sus escarceos y francachelas, las propias implicaciones de Urdangarín… Pero el rey acumula una reputación – seguramente mitificada, pero muy sólida – de buen tipo que se preocupa por su país. Sí, zascandil y jueguetón, como sus antepasados, pero buen tipo. Aún acumula mucho trabajo y mucho mito – la transición, el golpe… – como para que un escándalo más le tumbe.

Segundo, porque a pesar de lo que creen los ciberutópicos, que creen que el mundo empieza y termina en Twitter, lo cierto es que los medios que sirven para la información del 90 por ciento de la gente, no están tan ardientes con el tema como Internet. Yo, de estar en el pellejo de mi amigo Javier Ayuso, trataría de evitar por todos los medios que el Gobierno y el PSOE hicieran leña del árbol, y, sobre todo, que los programas de audiencias millonarias de Telecinco y Antena 3, y no digamos TVE, y los grandes editoriales de la prensa de Madrid, extendieran el debate más de lo imprescindible. El lunes habrá que estar muy atento y aguantar el chaparrón, pero es probable que la discusión no dure mucho más de una semana y poco probable que nadie del mainstream (los grandes periódicos, los grandes partidos, los grandes opinantes), pidan la abdicación. El Annus Horribilis hispano puede terminar con un simple gesto, reconociendo de alguna manera más o menos laxa el error (y dejando de cazar elefantes, que ya estamos mayores para eso…).

Y tercero, porque sería ridículo que el Rey dejara su reinado de esa manera tan poco digna. Anda gestionando en el filo de la navaja el asunto del yerno, el verdaderamente importante, y por ahora no va tan mal. Su hijo y su nuera son verdaderos profesionales a los que he visto varias veces en el tajo, y no pueden llegar al trono por una mera caída en desgracia del rey.

El rey y su Casa lo pasarán mal unos días – seguramente muy mal, porque deben resultar insufribles los descubrimientos de los últimos meses – pero pasará la tormenta, el rey volverá a hacer el papel de buen tipo que ya se le conoce, y quizá en un año o dos, ya veremos si es el turno del príncipe.

Las instituciones añejas como las iglesias, las monarquías y los ejércitos no actúan al ritmo caprichoso de los trending topics. Están hechas precisamente para lo contrario.

Pensar sin esfuerzo aumenta el conservadurismo

Los conservadores ponen más énfasis en la responsabilidad individual que en la responsabilidad colectiva, recurren más a las jerarquías y prefieren el mantenimiento del statu quo. Esas cualidades están asociadas a un pensamiento más rápido y de menos esfuerzo.

Entonces, ¿qué pasará si sometemos a la gente a condiciones en las que tenga que pensar menos, de manera más rápida? ¿Aumentará su conservadurismo? Pues sí; así es. Lo han demostrado los profesores Eidelman, Crandall, Goodman y Blanchar, y lo han contando en «Low-Effort Thought Promotes Political Conservatism,» un artículo publicado en el Personality and Social Psychology Bulletin de hace unos días. «Cuando hay pocos recursos de tiempo y esfuerzo,» dicen, «debería incrementarse la emisión de respuestas consistentes con la ideología conservadora.» Esta hipótesis se añadiría a otra ya bastante asentada y comprobada, que afirma que el conservadurismo es la respuesta funcional al temor por la incertidumbre y la angustia. Para probar que el conservadurismo puede ser resultado, además, de un proceso de pensamiento rápido y poco costoso, los autores revisan cuatros estudios bien curiosos:

En el primero, el más llamativo, medía la respuesta más o menos conservadora de varios grupos de clientes en bares de Nueva Inglaterra. Cuanto más habían bebido, y más incapaces eran por tanto de hacer un esfuerzo en su pensamiento, más conservadores eran en sus posiciones. En el segundo, se medía la respuesta conservadora de un grupo «cargado» con una segunda tarea mientras se le preguntaba por otras cuestiones, reduciendo así su capacidad. De nuevo, estos daban respuestas más conservadoras que el grupo que podía tomarse más tiempo y esfuerzo en su pensamiento. En el tercer y cuarto estudios se limitaba directamente el tiempo de respuesta de los individuos. Cuanto menos tiempo, más conservadoras eran las respuestas.

 

 

Antología de la puerta de atrás

El martes Rajoy salió por la puerta de atrás del Senado. Se encontró con los periodistas en masa a su salida por el pasillo, y al ver que le resultaría salir de allí sin contestar, se dio media vuelta y se fue. A la vista de todo el mundo. Una torpeza muy probablemente inconsciente, utilizada por sus críticos de inmediato, que refuerza el arquetipo que se está instalando de un presidente que oculta sus intenciones, no da la cara y no se explica. Al día siguiente el presidente rectificó y respondió en el Congreso un par de preguntas de los periodistas que le esperaban. Rajoy no es el primero ni será el último.

Recordamos las lamentables y recientes imágenes del yerno del Rey corriendo delante de la prensa en Washington, que luego tuvieron que ser corregidas por una cuidadosa puesta en escena – entrando a pie por la puerta principal – de su comparecencia en los juzgados de Palma de Mallorca.

En 2007 el presidente Sarkozy se quitó él mismo el micrófono y se levantó bruscamente de la silla, abandonando el salón donde le entrevistaba una periodista de la CBS molesto porque le preguntó por su todavía esposa Cecilia y su divorcio. La periodista, atónita mientras veía al mandatario francés dejarla plantada de repente, solo acierta a preguntarle «Â¿pero dónde está el problema?». El presidente francés acumula desplantes y enfrentamientos con la prensa, como cuando recientemente se mostró sorprendido, y así se lo hizo saber de mal humor en directo a la periodista, por una pregunta sobre Gadaffi.

Entre 2003 y 2004 los miembros del Gobierno de Aznar tenían verdaderas dificultades para entrar y salir de los sitios con normalidad, por las protestas contra la Guerra de Irak, motivo por el que usaban con frecuencia las entradas de servicio o de los garages.

En junio de 2010, Berlusconi se esfumó del salón donde comparecía con Zapatero ante los medios nada más acabar su breve intervención, a pesar de que había pactadas preguntas con la prensa. Zapatero, algo desconcertado, siguió al anfitrión del encuentro, pero segundos después volvió a la sala y respondió a los periodistas.

Un ejemplo en sentido contrario lo protagonizó  Obama cuando en 2009 apareció por sorpresa en la sala de prensa de la Casa Blanca durante el briefing diario que da su portavoz, para anunciar él, personalmente, el retiro de un juez del Supremo.

Un ejemplo legendario, aunque distinto en su simbolismo, fue el del Dalai Lama. Obama recibió al lider tibetano en la Casa Blanca, pero le hizo entrar y salir, literalmente, por la puerta de atrás, para evitar su contacto con los periodistas y minimizar la irritación que dicha visita provocó en las autoridades chinas. Lo que no pudo evitar (o quizá no le importara promover) es que le fotografiaran rodeado de bolsas.

Esas imágenes son buenas o malas en función del arquetipo que refuerzan o trasladan: el Dalai Lama se «victimiza» con sus imágenes, lo cual, desde el punto de vista de la comunicación, no le va mal. Sale por atrás porque le obligan. Pero Rajoy refuerza la idea de un líder débil y poco transparente, que ya está en circulación desde hace tiempo. Y naturalmente, esas imágenes perjudican o no en la medida en que se extienden por una población a toda velocidad y se convierten en conversación de la gente corriente. Y en objeto de comentarios como este.

(GRACIAS A OSCAR SANTAMARÍA POR SU RECOPILACIÓN)

La crisis explicada en seis minutos

NSimiocracia: Crónica de la gran resaca económicao te pierdas este vídeo que acaba de salir, trailer del libro cómic de Aleix Saló, Simiocracia: crónica de la gran resaca económica. El tipo explica con rotundidad y buen humor agridulce, el desastre en el que estamos en España. Nunca lo había visto explicado con tanta sencillez.

Y aquí otro vídeo previo con la historia de la burbuja, del mismo autor y con la misma gracia y capacidad didáctica.

 

 

 

¿Por qué un joven profesional de la comunicación corporativa debería meterse en una campaña electoral? Ocho motivos

Jacqueline Ortiz, que trabajó en la campaña de Obama, lo cuenta en PR Daily:

1. Aprender de todo. Porque en una campaña se aprende de campos específicos como la agricultura, la defensa, la educación, la sanidad, la economía y más.

2. Aprender sobre el terreno. Y no en un despacho haciendo notas de prensa. En las campañas electorales el ritmo se acelera tanto que todo el mundo tiene que hacer «cosas reales.»

3. Aprender bajo presión. Porque la atención de los medios es total, el tiempo limitado y escaso, y la responsabilidad muy elevada.

4. Aprender en circunstancias diversas. Hacer un vídeo, organizar una rueda de prensa, preparar un folleto, repartir propaganda. Si te metes por las rendijas, lo verás todo en poco tiempo.

5. Aprender a encajar golpes. Te acostumbras a tener la piel de elefante: hay nervios, tensión, discrepancias, lealtades y traiciones, ataques furibundos del adversario…

6. Aprender a ver el otro lado. Porque estarás atento a los argumentos de la competencia, y a las presiones que la prensa pudiera hacer con ellos.

7. Aprender sobre medios. Tienes que leer el clipping cada mañana, estar atento a las redes,  y aprendes en pocos días lo que nunca supiste sobre medios y periodistas.

8. Aprender de decenas de personas, y hacer red tú mismo. Se conoce a gente muy interesante en una campaña, y gente que puede ser muy útil más adelante.

El «espejismo de la gurú de Benedicto»

Una buena señora que defiende el sacerdocio de las mujeres fue entrevistada recientemente en Radio Nacional. El periodista se interesó por algo que había leído. Según parece, la señora había hecho llegar sus opiniones al mismísimo papa Benedicto XVI. Cuando la señora contó su historia, lo cierto es que lo único que había logrado había sido gritárselo a su paso por la Plaza de San Pedro: «Â¡Quiero ser cura…! ¡Quiero ser cura…!» parece que le gritó. El papa se quedó sonriendo, claro, y no dijo nada.

Eso me hizo bautizar «el espejismo de la gurú de Benedicto» al fenómeno de todos aquellos que creen que por enviar un mensaje a un presidente, hablar un rato con una ministra, o remitir un memorando, ya son asesores de gobiernos. Como dice mi amigo José Antonio Llorente, lo lamentable es que ninguno, ni el papa, ni los ministra, ni el presidente estará ahí para confirmar ni desmentir al supuesto gurú.

(Me fui a buscar a la señora que reclamó al papa su sacerdocio y me encontré su propio testimonio en Internet. Lo pego tal cual:)

Experiencia de Mercedes Carrizosa en el encuentro con el Papa en Octubre de 2009:

Fui a Roma en Octubre del 2.009, porque me vi obligada a ir con mi cuñada. Mis sobrinos me pidieron que le acompañase, como regalo de cumpleaños y, quién mejor que su tía Merceditas para hacerlo. Yo, que fuí de mala gana y con llagas en los pies, me vi con Cañizares (mi profesor durante tres años) en la plaza de San Pedro y, me dijo, cuando le pregunté si podía ver al Papa que, fuera al día siguiente a  misa (25-10-2009), en la Basílica de San Pedro a las 10 horas. Celebración: «CONCLUSIONE DELLA II ASSEMBLEA SPECIALE PER L’AFRICA DEL SINODO DEL VESCOVI».

Allí me presenté, colocándome junto a la valla que separaba  el pasillo central, por donde iniciaba el paso, el Papa Benedicto XVI. Todos los presentes le recibieron con aplausos, después del defile de 244 prelados de todo el mundo, 197 de éllos africanos, (reunidos con el Papa para tratar el problema de “la igesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y la paz”. Al llegar el Papa al lugar donde yo estaba (justo enfrente de la imagen de Santa Teresa), encontré la ocasion de gritar fuerte el deseo que, 24 años antes (4-8-1985), le puse en mano mi deseo de ser cura por escrito al Papa Juan Pablo II) y, nunca recibí una respuesta. Así que con todas mis fuerzas, le dije a voz en grito…. !QUIERO SER CURA….!, ¡QUIERO SER CURA….!, repetidas veces, así como unas ocho… El silencio de las gente fué sepulcral.. y, la reacción del Papa, fue pararse, mirarme con una sonrisa fría, y cuando acabé, inició el paso, y empezaron a aplaudir como al principio de su entrada en dicha Basílica.

Yo me senté y le pedí a un japonés que habia a mi lado que me hiciera una foto, para luego ver mi semblante, porque me notaba fuera de sí, ya que con anterioridad a esta proclamación ante el papa, había invocado al ESPIRITU SANTO como siempre hago, ya que creo firmemente que Él me impulsa. Quiero hacer saber que las que sentimos esta VOCACION estamos cuerdas, muy cuerdas, por AMOR.

La «bondad» de los mercados en una sola foto

pic.twitter.com/AUl01PxnPara ser vendidos a bordo del barco Bance Island, el próximo martes 6 de mayo, en Ashley Ferry, una carga elegida de unos 250 NEGROS saludables, acaba de llegar de las costas de Windward y Rice. — Ya se ha tomado el mayor cuidado y se seguirá manteniendo para protegerlos del menor peligro de contagio de la viruela, sin que ningún barco haya accedido abordo, y habiéndose evitado cualquier otra comunicación con gente de Charleston.

Austin, Laurens & Appleby

Nota: la mitad de los Negros referidos arriba ha tenido la viruela en su propio país.

ANUNCIO EN PRENSA, 1783 (o 1788), Carolina del Sur. Cortesía de Arturo Gómez Quijano, @ArturoGomezQuij, amigo y profesor de la Complutense, que la econtró en un libro de portadas del New York Times, aunque no se publicara allí).

Henry Laurens se hizo rico, muy rico, el más rico de Carolina del Sur, como propietario de esa compañía de venta de esclavos.

Los «fundamentos» no predicen el resultado electoral

 

Algunos dicen que los «fundamentos» de la política (como la economía, o la existencia de un conflicto internacional)  son capaces de predecir el resultado de unas elecciones muy por delantado. Y se han elaborado muchos modelos para ello. Otros tienen en cuenta, también por adelantado, datos de «competición», como la intención de voto o el índice de aprobación. Nate Silver ha analizado casi 60 de esos modelos de las últimas dos décadas y llega a una conclusión deprimente sobre la utilidad de unos y otros modelos. No son capaces de predecir bien el resultado.

El liderazgo, como estamos viendo tantas veces y tanto decimos aquí, es muy contextual: depende del estado de ánimo de la sociedad en un momento dado, un estado de ánimo que puede cambiar con cierta rapidez. Además, depende de tu competencia. Un candidato o candidata no es bueno por si solo. Depende de lo bueno o malo que sea su contrario.

El artículo de Silver es muy interesante y recoge varios papers sobre la cuestión.

Habrá más de esto en El poder político en escena. Quedan un par de semanas para la publicación.