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Lo último en genética y política

En los últimos años, no más de diez, hay auténtico fervor por los estudios de la incidencia de la genética en la política. La aproximación es sumamente interesante, y empezamos a tener conclusiones ya con bastante constatación científica. Por ejemplo, que la influencia de la genética es fuerte en las predisposiciones al conservadurismo y al progresismo, incluso mayor que la influencia ambiental.

Aquí está lo ultimísimo, en un estudio transnacional y que cita la ya voluminosa literatura existente. Tan ultimísimo que ni siquiera se ha publicado el paper definitivo:

Hatemi et al., «Genetic Influences on Political Ideologies: Genome-Wide Findings on Three Populations, and a Mega-Twin Analysis of 19 Measures of Political Ideologies from Five Western Democracies

UGT en manos del oftalmólogo tramposo: cómo la derecha juega con falsas simetrías

Publicado en InfoLibre

En los años 40, el oftalmólogo Ames consiguió engañar al ojo humano con un fascinante experimento. Dos personas de la misma estatura pueden parecer una un gigante y la otra un enano, en función de la posición que ocupen en una habitación aparentemente normal. Si cada una ocupa luego el lugar de la otra, el gigante se convierte en enano, y el enano en gigante. La habitación de Ames es en realidad un habitáculo trucado. Aunque parece simétrica y normal, tiene su pared frontal en diagonal. En otras palabras, el oftalmólogo lograba engañar al ojo humano, tan torpe, aumentando de manera ficticia el tamaño del objeto observado.
La derecha española parece haber aprendido bien el truco, de alguna manera. Dotando de una falsa simetría a acontecimientos que para nada lo son, intenta –y probablemente logra– que el observador vea gigantes donde hay enanos y enanos donde hay gigantes. Algunos ejemplos de diversa consideración:
  • Una alcaldesa permite que en un gimnasio se exhiban símbolos nazis, y el consejero de Presidencia de su Comunidad, Salvador Victoria, dice que no le gustan las banderas nazis, pero tampoco las comunistas. Nazis y “comunistas” quedan así igualados en falsa simetría, como si en España se estuvieran montando exposiciones de grupos estalinistas o de seguidores de Pol Pot, que luego se lían a bofetadas con el personal.
  • Para justificar que no se abran las fosas y se rescaten los restos de los muertos en la Guerra Civil y la Dictadura, se apela a “ambos bandos” y la necesidad de no abrir viejas heridas. Ambos bandos son igualados, como si uno de ellos no hubiera masacrado al otro y no hubiera impuesto sus normas durante 40 años. Como si, por ejemplo, las reclamaciones del hijo de un combatiente fascista que vivió a cuerpo de rey durante 40 años como “hijo de caído” valieran lo mismo que las de la hija de un combatiente republicano que no sabe dónde fue enterrado su padre.
  • Al presidente del Gobierno y del PP se le ponen delante pruebas más que concluyentes de que los sobresueldos, las donaciones ilegales, el trapicheo de favores, la financiación ilegal, han inundado de mierda su sede, y el presidente dice algo así como “mi partido aún no ha sido condenado por corrupción: el PSOE sí”. Con un par. Usted no es igual que yo: es peor. Aunque hayan pasado décadas desde la última acusación de financiación ilegal que afecta al PSOE y el PP esté metido de lleno en la más reciente. Aplicarán luego esa falsa asimetría, cuando los presuntos delitos de financiación ilegal se declaren prescritos: “inocentes”, dirán. Como si la prescripción de un delito fuera equivalente a su ausencia.
  • Etc.
Estas últimas semanas, el efecto óptico se ha cebado en la Unión General de Trabajadores. Un albarán de entrega de unos libros por 3.000 euros, en el que se ha puesto la palabra “bote”, y que no se corresponde con la factura de una subvención por 13.000 euros, demuestra que el sindicato inflaba sus facturas en un 400 por cien. Y al asunto se le da en la prensa la misma extensión que a un desfalco millonario por parte del tesorero del partido que gobierna España. Veremos qué dice el dictamen interno que la Unión está desarrollando, pero de momento ya pesa sobre ella la distorsión de la habitación de Ames: los medios de la derecha hablan de “saqueo” de fondos públicos donde de la mera lectura de las propias informaciones se deduce que solo había ahorros en los servicios contratados con proveedores habituales. Hablan de un “grupo de empresas encubierto” dando por hecho comprobado la mera denuncia de un grupo de trabajadores afectados por una regulación de empleo.
Puede que todos esos hechos, y alguno más, sean feos; incluso irregulares; quizá ilegales; pero en absoluto son comparables con las fechorías de los chorizos que habitaban Génova, con el resultado de enriquecimiento personal que para nada puede achacarse a ningún miembro de la UGT, por lo que sabemos. Ni tampoco son comparables al evidente trasiego de empresarios que dieron al PP cientos de miles de euros, estos sí, rotundamente encubiertos por la contabilidad B, a cambio de suponemos qué favores.
El otro día mi hija me vino diciendo que se había gastado un euro completo en chucherías, cuando yo solo le había dado permiso para gastar veinte céntimos. Algún que otro periodista o portavoz tramposo podría hablar así de un fraude que llegaba a un 500 por cien, de un robo ejecutado con alevosía, de un saqueo de fondos ajenos. Mi hija como Bárcenas. Aplicando esta distorsión de las falsas simetrías, se mezclan de forma torticera actuaciones de enriquecimiento personal millonario con maniobras contables de menor cuantía. Una invitación en una caseta de la Feria de Abril parece tan grave como la circulación de millones de euros por cuentas bancarias ocultas, incluso más chusca y menos elegante que aprovechar una visita al banco en Ginebra para hacerse unas bajaditas en las pistas de esquí cercanas, y así sucesivamente. Los enanos se convierten en gigantes y todos parecen ya del mismo tamaño, sin que nadie denuncie el artificio. El personal termina por creer que aquí todos son de la misma ralea. La habitación de Ames todo lo puede.

¿Y si en el fondo estuviera ganando el discurso de la izquierda?

Publicado en InfoLibre

 

De los muchos discursos ya escuchados en la Asamblea General de Naciones Unidas, el que ha sorprendido más ha sido el de un presidente improbable: el más “pobre” del mundo. El presidente que vive en una modesta chacra en la que él mismo conduce un pequeño tractor. Lo vi pasar sin escolta ni comitiva cuando yo esperaba en la puerta de un hotel de Montevideo hace un par de años: Pepe Mujica, el presidente uruguayo, cruzó por delante como un huésped más, para sorpresa mía, pero no del portero del hotel, que me contó
que “Mujica es así, siempre va como si nada”. Al terminar su discurso –inauguraba entonces un simposio del Banco Mundial sobre medios públicos– formó un corrito con algunos que estábamos allí y se fundió en el grupo con enorme naturalidad.

Si el nivel de los líderes mundiales se puede medir por el número de mandatarios que se quedan en la sala neoyorquina de la ONU cuando
hablan a la Asamblea, en el caso de Mujica no eran muchos, la verdad (más o menos los mismos que acompañaron a Rajoy). Pero el discurso del presidente de Uruguay sí fue el más comentado: con formas poéticas, renegó del “dios Mercado”, reclamó una autoridad mundial porque “hay que entender que los indigentes del mundo son de la humanidad toda”, y pidió un compromiso rotundo con ellos, mediante la acción de
la política y la ciencia, que deberían subvertir el dominio de los grandes poderes financieros.

Que Mujica fuera escuchado por muy pocos y que sus palabras se olviden este mismo fin de semana, no quiere decir que sus ideas no estén cuajando por el mundo. Al terminar de escuchar su discurso, me preguntaba si ese mismo discurso habría sonado tan razonable hace treinta o cuarenta años, cuando quienes hablaban en Nueva York eran líderes como Fidel Castro y en la ONU había tres bloques estancos: el bloque occidental, el bloque soviético, y los no alineados. Cuando hablaba Mujica, en contraste, no hablaba el líder de un pequeño país símbolo en plena revolución socialista, sino el líder de otro pequeño país modesto y poco ruidoso, perfectamente homologable a cualquier democracia europea: un país plenamente democrático y con los mejores indicadores de América Latina en materia económica, social y política.

En América el predominio de gobiernos de izquierda es hoy abrumador. En Estados Unidos el discurso demócrata –en materia de
reforma de salud, inmigración o incluso matrimonio homosexual o legalización de la marihuana– también domina entre la gente, y los republicanos llevan años a la búsqueda de su oremus, porque su programa político se ha quedado antiguo. Si hace tan solo unas semanas parecía que Obama no tendría más remedio que comportarse como un cowboy y atacar a Siria, sus siempre poco entendidas maniobras de compromiso han derivado en lo que podría ser una solución pacífica de la amenaza de El Asad (y quizá también de Irán). Hasta el papa adopta un discurso inédito de indiscutible sabor progresista, y de gran atractivo popular, que está dejando en mal lugar a las voces más conservadoras de la Iglesia Católica.

Por el mundo se han ido extendiendo las ideas de paz, cooperación y tolerancia típicamente defendidas por la izquierda. En Europa, aunque haya mayoría de gobiernos conservadores, la población da por incuestionables las conquistas de la izquierda, e incluso la idea últimamente más persuasiva de la derecha, la de la “austeridad”, empieza a cansar a buena parte de la población, que ha observado y ha sufrido las consecuencias de esa obsesión por el rigor presupuestario y la cicatería en el manejo de los fondos públicos, y ha visto cómo de estúpido, caprichoso y poco fiable puede ser el sacrosanto mercado.

En su monumental obra de 1.100 páginas Los ángeles que llevamos dentro, el prestigioso psicólogo evolucionista Steven Pinker demuestra con abundancia de datos y argumentos que vivimos en un mundo progresivamente más pacífico y tolerante. Y uno no puede sino sentirse orgulloso de que esa evolución de la humanidad hacia cotas de paz y bienestar cada vez mayores, haya tenido casi siempre como protagonistas a los
pensadores y los líderes sociales progresistas, que fueron venciendo, a veces pagando con su propia vida, las resistencias tenaces de los conservadores.

Mayorías silenciosas, espirales de silencio y silenciosas reuniones

Publicado en InfoLibre

 

Dice el Gobierno que hay una “mayoría silenciosa” de catalanes que no se ha manifestado durante la Diada en esa cadena humana impresionante que ha recorrido Cataluña de Norte a Sur. Se trata del típico argumento que, siendo objetivamente verdadero, resulta sin embargo falaz y, sobre todo, poco inteligente. Desde la explosión independentista de la Diada del año pasado, que sorprendió por su volumen al resto de España, hay pocas cosas tan ciertas como que en Cataluña ha ido creciendo el sentimiento colectivo de que el país –como allí se denominan sin el más mínimo problema, en contraste con el uso de “el Estado” o “España” para denominar a la otra parte– tiene por primera vez la ocasión de decidir sobre su futuro. Sin duda, serán siempre más los que se queden en casa –por pereza, por fuerza mayor o por discrepancia ideológica– que los que salgan a la calle a manifestarse por la independencia, pero todas las encuestas, las haga quien las haga, dan ya mayoría a la opción independentista en caso de referéndum. De manera que sí, cierto, una “mayoría silenciosa” no se manifestó el miércoles, pero muy probablemente esa misma mayoría silenciosa votaría “sí” a la independencia si se le planteara la decisión.

Dicen otros que los defensores de la permanencia de Cataluña en España están sometidos a la famosa “espiral del silencio”: callados, con temor a manifestar su opinión, que sienten minoritaria o menos prestigiosa socialmente. Y es verdad también. Las banderas esteladas, las camisetas amarillas del miércoles, las pegatinas independentistas y los comentarios de café dentro del universo “España nos roba”, son mucho más locuaces y visibles que un hoy increíble y poco prestigioso mensaje que dijera “Viva España” o “Cataluña sin España es menos”. Pero el liderazgo político consiste precisamente en crear –o mejor, recrear y reforzar– esas corrientes de opinión. Y nadie puede negar hoy habilidad a los independentistas, que han encontrado el ansiado momentum, los argumentos sencillos, los símbolos fáciles y los procedimientos adecuados para que los catalanes, en una mayoría cada vez más notable, sientan que nadie debería hurtarles el “derecho a decidir”. La pérdida estrepitosa de apoyo a CiU en las últimas elecciones no hace sino confirmar ese hecho. Las encuestas y sus analistas explican que la sociedad catalana se ha polarizado naturalmente entre las opciones más nítidas, dejando en una posición más precaria a los partidos más centrales, CiU y PSC particularmente. Es esta una de esas ocasiones en las que las posiciones más moderadas, del “no pero sí” o del “sí pero no”, como la vía federal planteada por el PSC, no logran apoyo suficiente, fagocitadas por las propuestas maximalistas, del “no” o el “sí” sin matices. Por eso, una opción tramposa en una consulta que ya parece inevitable, en la forma de una pregunta con tres opciones, o haciendo contorsionismo con la pregunta, resulta ya poco probable, porque con seguridad el Gobierno catalán no la aceptaría.

Es una lástima observar lo mal que el Gobierno español ha afrontado en los últimos años, incluidos los de Zapatero, este desafío. Conviene recordar que todo empieza con un gobierno autónomo de Maragall, que no por socialista dejaba de ser, como mínimo, filo-independentista. Que la cosa siguió luego con la complicidad inteligente de Zapatero, que permitió una negociación amplia y generosa inicialmente del nuevo Estatuto catalán. Revisitar hoy las sesiones de control al Gobierno en que se preguntaba a Zapatero de manera insidiosa si estaba de acuerdo con que Cataluña fuera declarada nación, resulta enternecedor pero triste. Finalmente, ya en época de Montilla, que también desempeñó el papel de líder de una nación maltratada, al Estatut se le pasó el peine, con un Zapatero que de pronto cede a las posiciones más centralistas, intuyendo lo que luego ocurriría: que el Tribunal Constitucional prácticamente anularía los cambios estatutarios. Aunque con seguridad la inmensa mayoría de los catalanes no sabrían decir en qué quedó demediado su texto, o cuántos miles de millones de euros se perdieron luego en la negociación también frustrante de su financiación, prácticamente todos saben que “España” negó sus pretensiones y recortó sus dineros. Lo que parecía una solución inteligente, una España federal con una Cataluña con más competencias y una identidad reforzada, finalmente quedó en una gran decepción.

Añadamos a eso una crisis económica brutal, que incrementa de manera automática el patriotismo y el egoísmo, y un Gobierno del PP en España que cuanto más se empeña en demostrar que “le gusta Cataluña” más constata que en realidad no sabe cómo tratarla, y ya tenemos el ansiado momentum: de pronto aparecen esas imágenes emocionantes de padres llevando a sus hijos en la bicicleta enarbolando la bandera catalana, o de niños y mayores dándose la mano en una inmensa cadena, de portentoso atractivo mediático. Todos en pos de un objetivo común e inspirador: una nación que se emancipa. En estos casos, es bueno mirar la prensa internacional, siempre menos implicada emocionalmente, y lo cierto es que lo que el mundo ve es simple y llanamente, un proceso pacífico de emancipación nacional.
Esa enorme ola nada silenciosa, pacífica, democrática, lúdica, irresistible, contrasta con la imagen que solo podemos intuir, porque la reunión o reuniones fueron secretas, de los dos líderes de las dos naciones reunidos tratando de negociar una salida. Lamentablemente, nos imaginamos a Rajoy como un hombrecito pequeño e incapaz frente a esa cadena humana inmensa. Las pataletas de los medios conservadores, de los analistas de la derecha más rancia, y, no digamos, de unos cuantos imbéciles exaltados y violentos, no hacen sino incrementar la fuerza de los líderes independentistas, las ganas de hablar de esa “mayoría silenciosa”, y la impotencia de quienes creemos que España debería ser un Estado federal.

A algunos nos parece hoy mucho más probable que ayer que Rajoy pase a la historia como el presidente bajo el cual España se rompió en pedazos. Ironías del destino: “España está en estado de disolución”, nos decía Aznar hace cuatro años, cuando las pulsiones independentistas eran aún minoritarias y mucho menos locuaces y centrales que hoy. Yo siento que al designado de Aznar le falta estatura para mantener unidas las débiles costuras de España que, ahora sí, se les rompen sin que sepan siquiera por dónde empezar a coser.

Salir por peteneras tras el Consejo de Ministros: manual y contramanual

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Como en una vida anterior he preparado cientos de respuestas para la portavoz del Gobierno cuando debía comparecer tras el Consejo de Ministros de los viernes, presento aquí los recursos líricos más habituales, los diseños prêt-à-porter que más se llevan, los trucos retóricos más habilidosos, para salir por peteneras cuando te preguntan cosas que no quieres responder.

Te piden la opinión del Gobierno sobre el borrado de un ordenador que podría ser fundamental como prueba contra tu partido, o cualquier otro asunto comprometido sobre una causa como la de Bárcenas: “No me corresponde a mi valorar actuaciones en el marco de procedimientos judiciales”. Es decir, seamos respetuosos con la justicia, división de poderes, dejemos actuar a los jueces, etc. etc. Fácil y siempre resultón.

Preguntan por las declaraciones del portavoz adjunto de tu partido en el Congreso medio justificando a unos imbéciles de las juventudes levantando el brazo en pose nazi: “No valoro declaraciones de unos y otros en el ámbito parlamentario”. O inquieren si te parece bien que el presidente del Tribunal Constitucional sea militante de un partido político: una vez
más, “estamos en la mesa del Gobierno” y “tenemos que ser muy prudentes”. Es decir, por favor, no moleste usted con cosas de otros poderes. ¿O es que no ha leído usted a Montesquieu?

Alguien te pide que digas con qué líderes internacionales ha hablado el presidente sobre la crisis Siria: aquí aplicas el viejo truco de elevarte a la categoría inútil, a la generalidad más tontorrona. “Muchos contactos con socios aliados, tanto a nivel bilateral como en el seno de reuniones que se han venido celebrando”. ¡Ole qué arte!

Un periodista quiere matizar algo que el presidente dijo previamente (por ejemplo el día antes de irse de vacaciones en un pleno del Congreso sobre el asunto de la financiación ilegal del PP): “El presidente ya dio explicaciones muy cumplidas” y “todo el mundo tuvo la oportunidad de preguntar lo que quiso”. Oportunidad de preguntar no significa que te contesten, pero ese es un detalle menor. “Ya hemos dado las explicaciones necesarias”. Asunto concluido.

Aún algún reportero pesadito e insolidario insiste en preguntar por la relación del extesorero con el presidente del Gobierno, por los billetes de 500 euros, por las donaciones ilegales que constan en los extractos de la contabilidad del partido, por los sobresueldos… Pues tú vuelves a constatar que eso son gilipolleces al lado de lo importante, que es salir de la crisis. Como si los seres humanos de ahí abajo no tuviéramos capacidad de pensar en dos cosas el mismo día. “Mire, a nosotros lo que nos preocupa son las reformas que estamos haciendo para salir de la crisis. En eso estamos”. Y vámonos ya que empieza el Telediario.

Y como he sido beneficiario del éxito de ponerse a cantar por peteneras cuando lo que te piden es otra cosa, también me permito sugerir a los redactores que cubren al Gobierno los viernes, o al menos a los que no están dispuestos a pasar por coristas de la vicepresidenta, que se planten ya. Que acuerden no dejar de levantar la mano uno detrás de
otro hasta que la portavoz conteste a lo que se pregunta sin trucos ni disimulos. Que insistan si la señora no contesta lo que se le pide. Que se pongan de espaldas todos a la vez si no lo hace. O que no vayan. Que dejen allí solos a aquellos de sus colegas que están dispuestos a aguantar ese cobarde ejercicio de desprecio por la verdad.

Cinco mitos sobre el «I have a dream» de Martin Luther King

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En el 50 aniversario del discurso más citado de la Historia reciente, abundan los análisis sobre el texto, su pretexto y su
contexto. Algunos excesivamente simplistas o mitificadores. Dejo aquí algunos comentarios que pueden ser útiles para entender mejor lo que pasó aquella mañana del 28 de agosto de 1963.

Mito uno: aquellas palabras crearon un clima nuevo en las relaciones raciales en Estados Unidos. Tendemos a escribir la historia en función de acontecimientos concretos y bien acotados en el tiempo, y sobrestimando el papel de los líderes
políticos que los protagonizan. En realidad, el cambio hacia la igualdad de derechos civiles de negros y blancos en Estados Unidos fue un proceso acumulativo, de unas tres décadas de duración, y especialmente intenso desde 1954 y 1955, una década antes del famoso “I have a dream”. Algunos de los hitos previos de extrema relevancia fueron la muerte a manos de un blanco del niño
Emmett Till, la sentada de Rosa Parks en el autobús de Montgomery, el intento de la dulce Autherine Lucy de ir a la Universidad a pesar del boicot de algunos alumnos y profesores blancos, y de la propia dirección de la Universidad, las sentadas ya muy numerosas de los negros en lugares reservados para los blancos, y, por supuesto, las imágenes aterradoras del Ku Klux Klan, o de los perros de los policías acosando a los manifestantes afroamericanos…

El discurso de King, por tanto, ayudó sin duda a consolidar un clima que ya se había estado creando muchos años antes. El discurso logra pasar a la historia de manera nítida por el contexto en el que se produce, no sólo ni fundamentalmente por su fuerza intrínseca. Por las décadas de preparación que le precedieron y, también, por el mágico momento en que se pronuncia: una marcha sobre la capital del país controlada minuciosamente por miles de policías, en medio de una tensión extrema, y que culmina con una combinación de música negra y de protesta y luego una decena de discursos uno detrás de otro. De hecho, según cuentan las crónicas del momento, como la cobertura del día siguiente en The York Times, la sociedad americana del momento no está segura de que la Marcha de Washington vaya a tener efecto en la larga lucha por
los derechos civiles
.

Mito dos: se trata de la pieza de retórica más bella de nuestro tiempo. Es la más citada, pero es exagerado decir que sea la más bella. En realidad, el discurso de King tiene una parte que ha pasado más bien desapercibida a la historia. Se trata de los primeros dos tercios del discurso, que King leyó del papel sin demasiada emoción. El texto es muy bello, sin duda, y se ve la pericia del pastor experimentado y del líder espiritual y político que King era. Abundan las metáforas (“las cadenas de la discriminación”, “el valle de la desesperación”,“el verano del descontento” que llevará “al otoño de la libertad y la igualdad”, el “palacio de la Justicia”, el “cheque” que es “devuelto por insuficiencia de fondos”…). Hay, cómo no, anáforas recurrentes, rítmicas y
sonoras (“Ahora es el momento… ahora es el momento… ahora es el momento…” o “no podemos estar satisfechos mientras… no podemos estar satisfechos… no podemos estar satisfechos…”). Hay antítesis eficacísimas (“No satisfagamos nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio”).

Pero la parte que más citamos, y la que nos sigue hoy emocionando, es la que corresponde a los últimos cinco minutos del discurso, de los 16 y medio que dura en total. Es en el momento de cerrar cuando el pastor nota que al discurso le falta una suerte de cierre fuerte, y que sus palabras no están alcanzando el tono que correspondía a la épica del evento. La cantante Mahalia Jackson, cuentan, le susurra a King: “Háblales del sueño, Martin”. Y entonces King recurre al discurso que ha pronunciado decenas de veces en sus actos religiosos y políticos por el país. Y vuelve a la anáfora (“tengo un sueño… tengo un sueño…”, “que suene la libertad… que suene la libertad…”) y a la metáfora (“hijos de antiguos esclavos e hijos de antiguos propietarios de esclavos serán capaces de sentarse en la mesa de la hermandad”, el propio sueño o el sonido de la libertad, o el
“oasis de libertad”) y a la tríada prestada con la que cierra, técnica también abundante a lo largo de todo el texto (“libres al fin, libres al fin, gracias Dios todopoderoso, somos libres al fin”).

Más que una preciosista composición retórica, el discurso de King es, en su parte más conocida, la del sueño, una muestra formidable de sermón hipereficaz. Podríamos escucharlo en cualquiera de los templos de Harlem que los domingos reciben entre canciones de Gospel a los feligreses negros con sus elegantes trajes, sombreros y tocados. Esto no resta ni un ápice de mérito y de valor a las palabras de King. Pero no sería justo equiparar la calidad del texto con otros textos más minuciosamente construidos de la tradición anglosajona, como los extraordinarios discursos de Churchill, Kennedy, Thatcher u Obama, por poner ejemplos varios.

Mito tres: el discurso fue un éxito. En gran medida fue un éxito, sí, y por eso hoy lo rememoramos. El discurso fue mpactante. Y The New York Times llevó el sueño a la portada en su literalidad. Pero hubo división de opiniones en cuanto a la eficacia política y social. Los otros nueve oradores habían optado por mensajes generalmente más fuertes y radicales de lucha. Entre los asistentes y los activistas negros del momento, abundaban quienes creían que había que elevar la amenaza del movimiento para presionar con más fuerza. Uno de los organizadores de la marcha, John Lewis, lo expresó así décadas después en sus memorias del Movimiento, Walking With the Wind:

“En los días que siguieron, demasiada prensa nacional, en mi opinión, se concentró no en la sustancia del día, sino en la escena. Sus historias retrataron el evento como un gran picnic, una guardería combinada con el espíritu de una reunión renovadora de oración. Demasiados comentaristas y periodistas suavizaron y trivializaron los duros bordes de dolor y sufrimiento que provocaron este día en primer lugar, ignorando los duros asuntos que debían resolverse, los temas que habían despertado tantos problemas en mi propio discurso. Fue revelador que las citas que lograron de los
líderes del Congreso en el Capitolio no eran sobre las posiciones de los legisladores sobre los derechos civiles, sino que, en su lugar, se concentraron en alabar la ‘conducta’ y la ‘pacífica actitud’ de los manifestantes en la masa”.

Sin duda, la Marcha de Washington y el “I have a dream” fueron hitos muy relevantes en la escenificación de la causa afroamericana del momento, pero hay que recordar que en esos momentos había ya en el Congreso dos leyes que serían finalmente aprobadas en los dos años siguientes: la Ley de Derechos Civiles en 1964 y la Ley de Derechos de Voto en 1965. Los congresistas a los que los reporteros preguntaron tras la Marcha, se mostraron más bien ajenos a su eficacia, dando a
entender que el proceso estaba ya en camino de cualquier modo. Y no todo está logrado, ni mucho menos, ni siquiera con un presidente negro en la Casa Blanca. Aún hoy, cincuenta años después, menos de la mitad de los estadounidenses creen que “se ha avanzado mucho” en el camino del sueño de Martin Luther King, según cuenta Pew Research en una encuesta reciente.

Mito cuatro: el discurso es patrimonio de la Humanidad. Bueno, en sentido metafórico lo es. Pero también es patrimonio de los herederos de King, que han defendido los derechos de autor de la pieza y siguen haciéndolo con mucho cuidado. En Internet resulta muy difícil ver el discurso íntegro por esa limitación. Como recuerda The Atlantic en un artículo sobre la cuestión, el propio
Martin Luther King reclamó los derechos del discurso para evitar su comercialización ajena, justificando su defensa en la protección de los recursos del movimiento. En 1999 la familia King se querelló y ganó contra CBS por una reproducción no consentida, y en 2009 los derechos del discurso fueron adquiridos por EMI. Con todo, el discurso se puede ver íntegro en Internet aún, y hay gente interesada en que se libere su distribución.

Mito cinco: el sueño de King ayudó a restañar las heridas de la división entre los blancos y los negros. Sí, pero no solo eso. El discurso y la marcha entera fue la constatación, quizá por vez primera de manera general y masiva, de que la defensa de los derechos civiles ya no era cosa solo de unos cuantos activistas negros en el remoto Sur. Por vez primera, Estados Unidos curaba otra fractura: la que separaba al arcaico, rural, conservador y embrutecido Sur, del Norte ilustrado, tolerante y progresista. El hecho de que entre los 200.000 asistentes a los eventos de aquella mañana hubiera un tercio de blancos era un fenómeno muy sintomático. Como lo fue también la muy abundante cobertura de los medios masivos blancos, la televisión en particular. La presencia y el apoyo de Marlon Brando, Joan Baez, Bob Dylan, y otras muchas celebridades blancas, ayudó a generar entre la población media estadounidense, dos efectos imprescindibles: primero, interés. Hasta hacía pocos años, los asuntos raciales no habían despertado demasiada inquietud entre la población general. Solo cuando los líderes de opinión blancos (medios de comunicación incluidos) empezaron a contar el problema y a apoyar a los líderes negros, la sociedad americana empezó a despertar. Y, segundo, la sensación de que la división entre blancos y negros era ya algo del pasado. Cuando Martin Luther King empieza a contarnos su sueño, el sueño ya lo habían estado cumpliendo él y cientos de valientes más. Martin Luther King sonreiría hoy con ironía ante quienes sobrestiman la fuerza de sus palabras, sin comprender que su sueño era en realidad la culminación de un proceso mucho más arduo, arriesgado, comprometido, largo y acumulativo, que esos brillantes y míticos 16 minutos y medio.

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El consumo de televisión pública, asociado a un mejor conocimiento de los asuntos públicos

Se ha publicado recientemente un estudio (que puede verse aquí: Soroka et al. 2012. «Auntie Knows Best? Public Broadcasters and Current Affairs Knowledge», en British Journal of Political Science), que constata una relación entre el consumo de televisión pública y el mayor grado de conocimiento de la población sobre los asuntos públicos. El análisis se ha hecho mediante encuesta internacional en seis países: Canadá, Italia, Japón, Noruega, Gran Bretaña y Corea del Sur. El resumen del artículo dice así:

«Las televisiones públicas son una parte central del sistema de los sistemas de medios nacionales, y a menudo se las tiene por especialistas en la provisión de noticias relevantes (hard news). Pero, ¿influye la exposición a las noticias públicas frente a la exposición a las noticias privadas en el conocimiento que los ciudadanos tienen de los asuntos de actualidad? Esta es la cuestión que se investiga en este artículo utilizando encuestas en varios países y capturando el conocimiento de los asuntos de actualidad y el consumo de medios. … Los resultados indican que, comparados con los medios comerciales, los medios públicos tienen una influencia positiva en el conocimiento de las noticias relevantes, aunque no todos los medios públicos sean igual de eficaces a este respecto. Las diferencias entre países están relacionadas con la independencia jurídica de los medios, la financiación pública de los mismos y la cuota de audiencia que consiguen.»

En resumen: garantía legal de independencia, más audiencia y más dinero, igual a una población mejor informada de los asuntos públicos.

Egipto: ¿dónde quedaron los tuits?

Publicado en InfoLibre el viernes 16 de agosto:

Añoro los análisis contundentes de los ciberutópicos que nos anunciaron la revolución a golpe de tuits, teléfonos móviles, «periodismo» ciudadano, redes articuladas en Facebook y sofactivismo. Tan locuaces entonces, cuando comenzó la llamada Primavera Árabe, y ahora no dicen nada. Deben estar vacacionando o simplemente atónitos y mudos ante la aplastante evidencia de los hechos.

No, no era libertad de expresión ni deseos de democracia a la occidental lo que querían los egipcios. En cuanto pudieron votaron a los Hermanos Musulmanes, que allí llaman «los barbudos». Los que luego quisieron imponer la Sharía y recortar derechos a las mujeres. Pero también los mismos que proporcionan unos mínimos servicios de salud y educación a través de las muy analógicas redes sociales que se forman entorno a las mezquitas.

No, no fueron los jóvenes universitarios ilustrados y abiertos de Tahrir quienes derrocaron a Mubarak. Y menos aún a través de las redes de Internet (voy a tratar, por respeto a la tradición sociológica, que esas redes no se apropien del adjetivo»sociales»). Fue el ejército quien retiró su apoyo al anciano, rechazando a su hijo y heredero. El mismo ejército que luego convocó elecciones, admitió la victoria de Morsi y los barbudos, dio un golpe cuando no le gustaron las medidas del nuevo gobierno y
reprime en estos días las protestas brutalmente. Ahora que los vemos correr delante de los militares o poblar las morgues de El Cairo, ya no nos producen la misma simpatía que sus compatriotas de la Plaza de Tahrir de la Primavera, porque éstos nos parecen fundamentalistas, machistas, primitivos, terroristas en potencia. Y por eso –y porque ellos escriben en árabe– sus conversaciones y convocatorias en Internet, y sus teléfonos móviles, no nos parecen revolucionarios sino reaccionarios y peligrosos.

No, no es la espontaneidad ni la pretendida inteligencia de las multitudes que concurren en la red lo que encendió la mecha de las
protestas. Eso pudo ayudar, aunque yo me fío más de los investigadores que han descrito la influencia de Al Jazeera (aquí, y aquí), el canal informativo de referencia en el mundo árabe. Fue la decadencia vital y política de Mubarak, la ausencia de servicios públicos, el cobro sistemático de mordidas por todo y el desempleo insoportable.

No, no era una masa pacífica armada solo con sus móviles la que hacía la revolución. Solo quienes estén dispuestos a que los encierren, o a que los maten, o a matar ellos mismos, pueden poner en dificultades a un poder armado superior al suyo. Por eso,
Egipto está al borde de la guerra civil. Y quieran Dios y Alá que los aliados occidentales no se unan a los militares represores y los aliados musulmanes a los barbudos reprimidos… En esa pelea con fusiles, lacrimógenos, toque de queda y barricadas urbanas, Twitter y Facebook resultan sencillamente cómicos.

Leo estos días dos libros que recomiendo a mis amigos ciberutópicos muchos y buenos (lo cortés no quita lo valiente). Uno es
Conectados por la cultura, del biólogo Mark Pagel, una vibrante «historia natural de la civilización». Otra manera mucho más realista, universal y atemporal de entender las redes sociales, las de siempre, las de verdad. Y leo también otra obrita más liviana, de B.J. Mendelson, un ex consultor de marketing en internet, converso y sincero, cuyo título lo dice todo: Social Media is
Bullshit
.

Voz más grave, más poder, más ingresos

Una voz más grave es una ventaja evolutiva en los hombres. Un buen número de estudios ha demostrado que quienes tiene la voz más grave resultan más atractivos a las mujeres, tienen más relaciones sexuales, más hijos, y son física y socialmente más atractivos. La voz profunda se asocia con la competencia, la persuasión, la asertividad y la confianza (en el estudio que voy a citar ahora se refieren todas esas investigaciones).

Es algo que sabemos intuitivamente: el rugido del león ha de ser profundo para inspirar temor. La voz de un fantasma se vuelve cómica y no terrorífica si es aguda. Cuando queremos impostar nuestra voz y hacerla pretendidamente atractiva, bajamos su tono. Las voces radiofónicas más apreciadas en los hombres son graves. El poder masculino (el femenino también, pero ésa es otra cuestión) se asocia a una voz grave.

Los profesores Mayeu y Venkatachalam de la Universidad de Duke han dado un paso más en la constatación de ese hecho, en un estudio interesante («Voice pitch and the labor market success of male chief executive officers”). Midieron la frecuencia de las voces de 792 máximos directivos de grandes empresas estadounidenses, extraídas del archivo StreetEvents de Thomson Reuters. Y buscaron la asociación con el volumen de la empresa que dirigían y, derivado de esa variable, con los ingresos que percibían por su trabajo. Hay que decir que prácticamente todos eran varones blancos y de edad mediana (rondando los 50). Pues bien, los que tienen una voz más grave dirigen compañías mayores. Ese hecho, a la postre, se asocia con un mayor nivel de ingresos. De manera que un descenso de 22 herzios en la frecuencia de la voz lleva asociados 182.000 dólares más de ingresos al año.

 

La ingenuidad de «Marca España»

Publicado el viernes 26 de julio en @Infolibre

Tuve el privilegio, junto a Javier Valenzuela, de ser el interlocutor por parte del Gobierno en los trabajos iniciales que, durante la legislatura de Zapatero, trataron de vincular a la Administración con la iniciativa privada que, partiendo del Foro de Marcas Renombradas, del Instituto Elcano y de Dircom, buscaba sinergias para promover un mejor conocimiento internacional de España. Lo que ya entonces se llamaba proyecto Marca España. Ya andaban por allí antes el Instituto de Comercio Exterior, el Instituto Cervantes y Turespaña y el apoyo de Moncloa era, naturalmente, un factor decisivo para el éxito de la idea.

Las dificultades se hicieron notar desde el primer momento, y no fueron éstas culpa del Gobierno, sino más bien del hecho incontrovertible de que comunicar España no es tan fácil como puede parecer. Encontramos que marcas muy importantes preferían no añadirle el apellido español a su nombre, porque hacer mención a su origen no les aportaba nada. Aún hoy el banco Santander sigue haciendo publicidad como uno de los mayores bancos del mundo en caros espacios de revistas internacionales, sin que se mencione siquiera que se trata de un banco español. Es dudoso que poner España aporte nada a Telefónica en su publicidad internacional, o al BBVA en los carteles que dan entrada a sus oficinas por medio mundo. Muchas marcas estaban dispuestas a reunirse, a acordar algún plan sobre el papel, o incluso a poner dinero si se pedía, pero a la hora de la verdad, por triste que parezca, renunciaban a su nacionalidad en la comunicación con sus clientes.

Lo mismo les sucedía a las comunidades autónomas. De Cataluña o del País Vasco no hace falta ni comentario. Para ellas la marca España no solo no es una ventaja, sino que es un auténtico obstáculo en la promoción de su “marca” particular preferida. Por lo demás, Andalucía tenía más bien el interés en promover su nombre como destino turístico (y aún en los aeropuertos se ve Andalucía, sin España, en los vídeos y carteles de promoción de la Junta), y La Rioja tiene suficiente entidad
como origen de excelentes vinos sin que España aporte de más al sello.

Incluso quienes estaban (estábamos) de acuerdo con la necesidad de promover la Marca España sin excusas, como los propios promotores de la iniciativa, tenían el problema de que, al poner en marcha planes, costaba definir qué es España, o qué debe ser. De manera que llegamos a un bloqueo irresoluble cuando iniciamos el debate sobre si reforzar los elementos arquetípicos de la marca (un país abierto, amigable, festivo, tolerante, nihilista y alegre), o más bien elementos prometedores o aspiracionales (un país innovador, creativo, vanguardista, productivo). Debatimos un rato y clausuramos la conversación sin conclusiones.

Después de reunirnos con ella, la vicepresidenta De la Vega aplazó sine die la participación del Gobierno, esperando, dijo, a la reforma del servicio exterior que aún estaba pendiente. Más tarde, azuzados por las tendencias centrífugas y la obsesión
patriotera del PP, pusimos el sello Gobierno de España a toda la publicidad institucional
y quisimos que la Cooperación Española pusiera el nombre de España en los miles de lugares en los que distribuye ayuda por el mundo. Rajoy, entonces líder de la oposición, criticó al entonces presidente Zapatero por aprobar tales iniciativas, e incluso le dedicó una pregunta en la sesión de control de los miércoles. Qué cosas.

Es en esa situación que el PP llega al Gobierno y Rajoy decide pasar a la historia como el gran promotor de la Marca España. A través de un alto comisionado de nueva creación –para esto no sobran puestos– pone en marcha una web en español y en inglés que es una visión parcial, selectiva, liviana y trivial de nuestro país. Y una cuenta en Twitter que solo tuitea en español, como si el público prioritario estuviera aquí (me temo que de hecho Rajoy está pensando más en los españoles que en el resto del mundo). En uno de los viajes de promoción, alguien pone de manera ingenua al Rey delante del consejo editorial del New York Times pensando que el periódico hablará maravillas de España y no de los problemas que atenazan a la Casa Real. Más tarde, resulta que a Juan Carlos Gafo, al que conozco y de cuya buena voluntad no dudo, se le va la mano en Twitter, y con ello su cargo como número dos del proyecto. Así, la Marca España, aquí dentro del país, se convierte en un constante hazmerreir a base de tontunas.

Y mientras tanto en otros países, que se supone deberían ser receptores de nuestros buenos mensajes, de España se habla en negativo, porque por mucha buena voluntad y mucho alto comisionado que creemos, lo que nos pasa es más bien negativo, por no decir que vergonzoso. Véase con una simple búsqueda lo que ofrece sobre España en The Economist, que
siempre es una referencia: el presidente Rajoy en su lío sobre Bárcenas, el costoso esfuerzo español en energías renovables, las dificultades del PSOE, la recesión que no cesa… O lo que cuenta el New York Times: más Bárcenas, turismo y curiosidades, y mucho fútbol… El propio Instituto Elcano tiene un observatorio de la Marca España que cuenta lo que podemos intuir: que resultamos simpáticos por ahí fuera, pero que no despertamos la confianza económica y somos percibidos como más bien corruptos.

Esta obsesión ingenua del Gobierno con la Marca España me recuerda a esa repentina aparición de grandes banderas de España que se ubicaron en algunas rotondas de los municipios más conservadores de los alrededores de Madrid. Fue como de repente, hará cosa de tres o cuatro años: mientras unos cuantos alcaldes y concejales se corrompían contratando actos – todo presuntamente – con el muy español Correa, y otros asistentes a la muy española boda de El Escorial, de pronto surgían como setas banderas de tamaño máximo en las cercanías de Boadilla, Las Rozas, Pozuelo o Majadahonda. En una competición para ver quién tenía la bandera más grande. Mientras tanto, la prensa internacional se hacía eco de los casos de corrupción españoles, cubriendo de mierda la imagen de nuestro país.

Si Rajoy quiere hacer un favor de verdad a la Marca España, quizá sería más barato y más rápido que el jueves que viene demostrara de verdad que da la cara, que lidera, que explica, que afronta, y que está dispuesto de verdad a que nadie, por muy cerca que esté de él, o muy amigo que haya sido, se atreve a corromper más nuestro hermoso país. Animo, presidente.